Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 15, 1-8 (ciclo B): «Unidos a Cristo para dar frutos en abundancia».

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos. «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»

Unidos a Cristo para dar frutos en abundancia
Estamos en plena Pascua, en la victoria y presencia de Cristo, el resucitado, el Señor que ha definido la historia de la humanidad y la historia de nuestros pueblos. Por Él y en Él nosotros vivimos unidos a Él. Por medio de Él nos conectamos y relacionamos con el Padre. Es importante que permanezcamos en Él, porque sin Él nada podemos hacer.

Esto no es un mero deseo retórico de decir «yo quiero estar unido a Cristo, quiero ser su discípulo, quiero ser importante porque estoy al lado de Él»; no es suficiente. Lo que el Señor quiere es que estemos unidos en una común-unión con Él y con el Pueblo de Dios. De allí que nuestra permanencia y pertenencia a Él se torna fecunda si estamos unidos a Él.

En la Iglesia, el Pueblo Santo de Dios, ninguno puede trabajar aisladamente, individualmente o ser como un francotirador; tenemos que saber estar en comunión con Cristo, con nuestros hermanos y con la comunidad. A la Iglesia pertenecemos todos y sobre todos está Cristo. Hay algo que nos aproxima a Él: estamos limpios porque hemos recibido el anuncio de la Palabra. La Palabra de Dios nos ilumina, nos purifica, nos poda, nos limpia; por eso tenemos que permanecer en Él.

Si estamos unidos a Él en esta comunión con la Iglesia, entre los sacerdotes, con el Obispo, con los laicos, con los religiosos, con las religiosas, con los creyentes, con los que están cerca, con los que están lejos, con todo el Pueblo de Dios, vamos a dar muchos frutos «y frutos en abundancia.» Pero hay que tener una voluntad, ¿y cuál es esa voluntad? La voluntad de permanecer, de pertenecer. Es ahí donde tenemos que poner la voluntad de nuestra propia vida para ser fieles a Él. Si nosotros no pertenecemos, no permanecemos, no guardamos sus mandamientos, sus Palabras, no seremos verdaderos discípulos. Llevamos el nombre, estamos bautizados, somos católicos, somos cristianos, pero no somos verdaderos discípulos.

El que permanece en Él da frutos, pero si nos alejamos, nos desenganchamos de Él, es como el sarmiento que se seca y hay que tirarlo porque no sirve. Nosotros tenemos que estar unidos a Él para que podamos dar frutos y frutos en abundancia.

Y si damos frutos, porque esa es nuestra consigna, nuestra misión, nuestra tarea, vamos a ser constituidos verdaderos discípulos. Pero si nos damos frutos, seremos malos discípulos. Esta es una decisión que cada uno de nosotros tiene que tomar.

Pidamos al Señor Resucitado que nos haga tomar conciencia de nuestra pertenencia y de nuestra participación, ya que Él nos invitó, y que seamos capaces de vivir, alimentar, mantener y hacer crecer la comunión con el Señor y la comunión con todos nuestros hermanos en la Iglesia.

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