Reflexiones de Monseñor Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio de San Mateo 17, 1-9 (ciclo A): «El agua, don del Espíritu Santo».

(Forma breve) Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’, tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva». «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?». Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna». «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla». (…) La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar». Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad». La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo». Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo». (…). Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él (…). Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».

El tema agua, dentro del itinerario bautismal, es muy importante; porque es el agua que nos da la vida y nos da la vida eterna. El Santo Padre dice muy bien cuando expresa que «la pasión de Dios por todo hombre quiere suscitar en nuestro corazón el deseo del don del agua que brota para la vida eterna. Es el don del Espíritu Santo, que hace de los cristianos adoradores verdaderos, capaces de adorar al Padre en Espíritu y en Verdad. Y sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza. Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, hasta que descanse en Dios, según las célebres palabras de San Agustín.»

¡Es cierto! Porque todos nosotros tenemos sed. Dios ha puesto en nuestro corazón la sed de Él. Y si Dios ha puesto en nuestro corazón la sed de lo Absoluto, Él mismo es quien nos da la presencia de lo Absoluto. No nos va a desamparar jamás.

El hombre no se puede conformar con ninguna otra cosa creada: ni con el poder, ni con el sexo, ni con el éxito, ni con la fama; con ninguna otra cosa creada que, por más que sean importantes, no tienen comparación con aquello que es fundamental y absoluto. El hombre tiene capacidad de lo infinito y lo infinito no tiene precio.

Pidamos al Señor tener sed de Él y que siempre podamos vivir de su agua la vida eterna.

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