Profesor Alfredo Suárez: «Todavía el aplauso de la gente me hace cosquillas en la panza»

Es docente del Instituto de Música de la Municipalidad de Avellaneda e integrante de la Orquesta Sinfónica Nacional.

El mundo está lleno de carcamanes. Pero también cobija a aquellos que se sacrifican para alcanzar sus sueños. Uno de estos ejemplos lo representa el «Maestro» Alfredo Suárez, que desde muy joven se dejó llevar por el redoble de su corazón.

Su madre –que quedó viuda muy tempranamente- y su abuela, le enseñaron de pequeño que la pobreza material no existía si en el alma se tenía riqueza espiritual. Y lo que el destino biológico le negó, lo obtuvo como un gran obsequio de la música.

«A los 14 años empecé a tocar la batería, con un amigo del colegio. Y a los 15, armamos nuestro primer conjunto: The Beat Stars. En aquella época trabajamos, poquito, pero trabajamos. Y con la plata que junté, me compré mi primera batería», recordó el profesor Suárez, actual docente del Instituto de Música de la Municipalidad de Avellaneda.

Rockero, extraño y de pelo largo, con toda la rebeldía propia de los adolescentes, Alfredo se presentó en el Teatro Roma, por recomendación de la madre de un conocido (era corista de la institución), con la intención de perfeccionarse en batería. Y al llegar, el asombro fue mayúsculo y marcó el comienzo de una historia digna de contarse con bombos y platillos.

«En la puerta del teatro nos recibió un viejo canoso que me dijo, entrá y callate la boca. Cuando ese profesor abrió la cortina, casi me caigo de c…, porque estaba la Orquesta Sinfónica de Avellaneda y al frente de ella, otro tipo canoso, parecido a Beethoven, dirigiéndola. Ese fue mi primer contacto serio con la música. Fue algo tan impresionante, que me quedé mudo», relató Alfredo, que a los 61 años es el docente con más antigüedad («No el más viejo, ¿Eh?», aclara) en el IMMA.

El primero que lo atendió no era ni más ni menos que un contrabajista del Teatro Colón, y el otro señor, un tal Orlando Giacobbe, fue quien se convertiría con los años en su gran maestro artístico -y casi su padre-, que lo llevaría a la Orquesta Sinfónica Nacional.

El Instituto de Música de Avellaneda fue creado en 1949 como Escuela de Conjunto Orquestal, desarrollando sus actividades en el propio Teatro Municipal Roma. Fue ahí donde el profesor Alfredo Suárez comenzó su prolífica carrera como músico y docente.

«A los 18 ya era timbalista de la Sinfónica de Avellaneda y a los 23 empecé a tocar en la Sinfónica Nacional, primero contratado y desde el 75, profesor estable allí, hasta ahora. Al mismo tiempo, desde los 18 años, fui ayudante de cátedra de Orlando Giacobbe, mi profesor de percusión y desde los 22 años me dedico solo a esta profesión», repasó a grandes rasgos Suárez, que se dio el lujo de pisar grandes escenarios, en compañía de artistas extraordinarios.

Al recorrer su camino, el maestro Alfredo enumera momentos importantes de su trayectoria. «Toqué muchos años en el Teatro Colón, fui docente en el Conservatorio de Morón, en el Instituto de Folklore y después ya me quedé enseñando acá. Ahora, estoy próximo a retirarme, porque fueron muchos años de trabajo, de carrera, de noche…», admitió el percusionista, que –entre todo lo que hizo- durante años organizó conciertos con chicos de las villas, para sacarlos de la calle y elevar su nivel intelectual.

Como buen músico, Suárez dijo que interpretó «todos los estilos: zarzuela, ópera… Estuve muchos años en la orquesta de Julio Bocca (últimamente acompañó al bailarín Iñaqui Urlezaga). Toqué tango, folklore, grabé música y últimamente me dedico profesionalmente a la música y por vocación, a armar alumnos. Es lo último que me queda por hacer. Tengo 38 alumnos que ya son profesionales, y tengo en vista 4 alumnos más para tratar de profesionalizarlos», apuntó con orgullo.

Al maestro con cariño
Mientras se escucha Para Elisa en un piano de un aula contigua del IMMA, el profesor Alfredo Suárez explica la diferencia –para él, fundamental- que existe entre un profesor y un maestro.

«Profesor es la persona que tiene una materia. El maestro te enseña a mezclar toda la información que tenés. Mi maestro Orlando (Giacobbe), no era maestro del instrumento, solamente. Era un maestro de vida. Y por eso estoy donde estoy. Un muy buen Profesor de Matemáticas puede lograr que vos seas un genio en Matemáticas. Pero el maestro te va a enseñar la carrera. A mis alumnos los llevo al Teatro Colón o a la Sinfónica Nacional y les hago pisar el escenario. Y les digo que yo conozco el camino para llegar hasta ahí», dijo, con humildad.

¡Y vaya si conoce el camino! A lo largo de su carrera, el Profesor Suárez tuvo la suerte de recorrer el mundo gracias a las giras que llevó a cabo con la Orquesta Sinfónica Nacional.

Sobre el plano local, Suárez destacó: «Tocamos desde Ushuaia (Tierra del Fuego), -cuando se inauguró la Cooperativa Renacer, Ex Aurora-, (fuimos en el avión presidencial Tango 01) hasta Palpalá (Altos Hornos Zapla, Jujuy), en una cancha de fútbol, sin tribunas y con niños descalzos como espectadores».

Pero además, la orquesta también se presentó en más de 50 ciudades del interior del país, actuó en España, Chile y Brasil. Por otra parte, hacia fines de los 90 realizó una exitosa gira por Japón, junto a la eximia pianista Martha Argerich que terminó con un concierto en Estados Unidos.

También en el 2000 –siempre con la Sinfónica Nacional- participó en de un festival en Islas Canarias, junto a las orquestas más destacadas del mundo.

«Ha sido una vida gratificante. La música no te da mucha plata, pero en el nivel en que yo me muevo, te da una vida cómoda», reconoció Suárez.

Tanto sacrificio no hubiese tenido su recompensa de no haber tenido a su lado a una compañera incondicional: «Me casé a los 18, muy joven, con una uruguaya: Estela Ignacia. Si yo no hubiera tenido la mujer que tengo, no hubiera podido hacer nada.

Por eso les digo a mis alumnos que estudien de jóvenes. Porque es muy difícil convencer a la mujer de que hay que estudiar 4 o 5 horas todos los días», afirmó Alfredo quien ya lleva 42 felices años de casado.

«Mi mujer también se sacrificó muchos sábados y domingos sin salir, para que yo pudiera hacer lo que me gustaba. Ella me bancó y ahora lo disfrutamos juntos», agregó con una sonrisa.

A la hora de hacer una comparación de la época en la que él fue alumno y la actual, Suárez consideró que son cosas muy distintas. «Hoy promover a un profesional es muy difícil. En mi época, cuando estudiabas música, las clases se dividían en un 30 % de teoría, 30 % del instrumento y un 40 % en la orquesta. Y los profesores eran todos solistas del Teatro Colón. Era como jugar a la pelota con Messi al lado», sostuvo el profesor, al tiempo que añadió: «Ahora, en los conservatorios -en los que se busca más la formación de docentes que de profesionales de la música- te diría que es un 90 % de teoría y solo un 10 % de práctica. Entonces es como estudiar toda la facultad de medicina y que en 5to. año te den un bisturí y te digan, opere».

Satisfecho por «no haberse guardado nada» y por haber transmitido «todo lo que sabía» el maestro Alfredo Suárez disfruta como el primer día cada vez que toca en un concierto y continúa incentivando a sus alumnos, citando antiguos pero vigentes proverbios populares: no llega el que puede, solamente llega el que quiere. La condición es el 1 % y la transpiración el 99 restante. Y con una última frase resume lo que fue su vida. «Tuve la suerte de poder vivir de lo que me gustaba. Y todavía el aplauso de la gente me hace cosquillas en la panza».

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