Poemas de Carlos Penelas

Escribe Roberto Díaz.

La poesía de Carlos Penelas tiene penetración intelectual, pero no ha perdido el acento evocador y visceral de los creadores que siguen expresando sus convicciones con el corazón a flor de piel.

Carlos está escribiendo muy bien y, tanto en poesía como en prosa, sus textos han madurado hacia un estadio reflexivo, pero sin perder, a la vez, la belleza de la expresión, eso que todo poeta debe mantener para que no se vuelva estéril su poesía.
Penelas lo consigue con creces. Y aquí están dos de sus últimos trabajos, que prueban, sin lugar a dudas, lo que venimos manifestando.
R.D.

Variaciones de la hembra

La bella mujer que murmura su fábula secreta.
La bella mujer que duerme en la nostalgia.
La mujer del bretel violeta mirando la quilla del barco.
La que insinúa el fervor del insomnio.
La bella uniendo el universo en la plegaria.
La que se hunde en dimensiones invisibles.
(La mujer que transita las calles del otoño).
Esta mujer alimenta fatalidad y dolor.
La mujer que nombra el recogimiento.
Discurre la amada vestigios entre parvas de heno.
La hembra regresa en la inocencia y el abismo.
Bella, flotante, de apretadas nubes.
(La abandonada que brinda el gozo y el aliento.)
Su cabellera mueve los velos de la noche.
La que musita cimbrante y desvaría.
El hada del follaje celeste.
La mujer con su lengua distante, sin memoria.
La princesa, la dueña, la reina del hogar.
La mujer que hunde el vacío y el corazón.
La amante desnudándose en un hotel de Praga.
La que devora el instinto y el pudor.
La celta que evoca las gaitas y los templos.
La amante vuela en mí, desatada y ansiosa.
La que aletea palabras en poemas.
(La mujer que brota en una luz transparente.)
La mujer que ama como una madre invisible.
La mujer suave y comprensiva como una hermana.
La humedecida de semen, de olvido, de palmeras.
La humedecida de temor sobre llanadas rojas.
La bella mujer inseparable de la bondad.
La adolescente salvaje que imagina a Piranesi.
La insurrecta de plazas y guerrillas.
La que beben mis ojos en los bares.
La bastarda, la desconocida, la inconclusa.
La bella mujer que irrumpe en las fuentes marinas.
(La mujer de los muelles y las dársenas.)
La bella sobre el caballo blanco
entre las hojas, el ramo y el aire de la rosa.
La libertaria sin dioses, sin patria, sin marido.

Encuentro

Hoy has venido a verme, madre.
Estaba leyendo cuando te sentaste
-decorosa, nobleza de desvelo-
en el antiguo sillón de roble.
Me pediste repetir aquella historia;
En mi niñez solía hacerte sonreír.
La urdí como sólo puede hacerlo un hombre
Que ha dejado de creer en ciertas profecías,
Cuando la piedad expulsó de fantasmas su reino.
Te dije, además, que a veces
Durante la nostalgia de la tarde,
En el torrente de las sombras,
Evocaba tu muerte como una lejanía.
Y también dije que lo peor
No era ese hilo sutil de la memoria
Ni el desvelo del muro,
Ni la eternidad o la debilidad del alma.
Lo peor, lo peor…madre,
(recuerdo que lo confesé balbuceando)
era que no podías pensar más en mí,
ahora era imposible tu vigilia.
Luego, acomodaste tu mantilla
Y tus ojos se abismaron en los míos.

Carlos Penelas, 2010.

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