Parábolas de la Misericordia de Dios

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, Monseñor Rubén Frassia en sus reflexiones radiales se refirió al Evangelio según San Lucas 15, 1-10 (ciclo C).

Estamos hablando de la ternura de Dios, la Misericordia de Dios, la piedad que Dios nos tiene a cada uno de nosotros.

Yo quiero dejar asentado que sólo hay dos personas que no tienen pecado: Cristo, por ser el Hijo de Dios, y la Virgen María, la Inmaculada, por ser la Madre de Cristo. Ellos dos no tienen pecados, después todos los demás hombres somos pecadores; hemos tenido y tenemos pecados y siempre necesitamos el perdón, la misericordia, la benevolencia y la ternura de Dios.

Ahora bien, frente a una realidad, frente a la fragilidad humana, tenemos dos elementos que no podemos olvidar: miseria nuestra y Misericordia de Dios. Y es más importante la Misericordia de Dios que nuestras propias miserias, que tenemos que reconocerlas, entregarlas, ofrecerlas para recibir a cambio la Misericordia de Dios y que desaparezcan nuestras miserias.

Es importante que uno reconozca esto y se de cuenta lo que significa haber pecado, haber cometido faltas y luego haber cambiado, tener rectitud de conciencia de no quedar en el pecado o en la fragilidad humana.

La Misericordia de Dios actúa sobre la debilidad humana, pero no actúa sobre la obstinación o rechazo de la voluntad. En la debilidad humana Dios como que se conmueve, en la obstinación uno opone resistencia. Es así que Dios respeta nuestra libertad y nos va a invitar, nos va a persuadir, nos va a convocar, pero nunca nos va a imponer. ¡Dios no impone sino propone y nos deja en nuestra libertad, que también está sostenida por la Gracia, para poder aceptar y seguir en el bien produciendo el bien!.

Por lo tanto, tenemos que reconocer que somos débiles, que somos pecadores, pero que también tenemos que rezar, pedir perdón y arrepentirnos.

Hay algo que nos hemos olvidado muchas veces en la Iglesia: la voluntad de la restitución.

Las faltas ofenden a Dios indirectamente porque ofenden al hombre y también ofenden a nuestros hermanos. Nosotros tenemos que restituir esa integralidad que también es parte de la justicia, que a su vez es parte de la misericordia; pero lo propio de la misericordia es que supera a la justicia. Pero es evidente que la misericordia no agravia jamás la justicia. La misericordia siempre tiene algo superior.

Queridos hermanos, Dios nos llama a confiar en Él y en su Misericordia. Pero también nos llama a restituir, a tener propósitos de corrección, a enmendar nuestra vida, a producir el bien y a evitar todo mal que aqueje a nosotros o que aqueje y lastime a los demás, en lo personal y en lo público. Por lo tanto la Gracia de Dios, en su Misericordia, crea en nosotros una respuesta y una debida responsabilidad.

noticias relacionadas