Nostalgia del viejo estaño de los bares

Escribe Antonio J. González

En estos días la esquina sudeste de la avenida Belgrano y Acha, en Sarandí, es un monumento al pasado. Quedan las paredes con ladrillos descubiertos y destruidos. Allí hubo durante muchos años un almacén con despacho de bebidas. Con su mostrador de puro estaño. Su grifo con pico de cigüeña. Sus mesas y sillas gastadas por el uso. Sus estanterías con botellas de todos los colores, gustos y bebidas. Y la cafetera siempre caliente… Un viejo lugar de encuentros, juegos y aperitivos.

“Vieja, voy de Manolo…” decían algunos hombres del barrio y se iban a tomar un tinto, o un vermouth, con maníes y aceitunas. “Un café para mí, Manolo…” decía alguno. A veces se juntaban a jugar al truco. No era, en general, un lugar donde se emborrachaban. Claro que las efusiones del Cinzano con Fernet, o el Gancia, o el vino Tomba, traía sus bemoles. Y cuando regresaban a sus casas, los parroquianos llegaban un poco alegres, habían tenido unas horas de esparcimiento y sociabilidad.

Algunos establecimientos tenían su propia cancha de bochas… y allí, entre libaciones y “sanguches” se arrimaban las bolas al bochín con un entusiasmo tal que a ratos parecía un partido de los “rojos” con la “academia” por la pasión que ponían en cada tanto o resultado.

La nostalgia viene esta vez de la mano de los bares y despachos de bebidas de los barrios. Desde los grandes, hasta los pequeños y escondidos en cualquier calle o esquina. Fueron herederos de los famosos almacenes de principios del siglo veinte. El de Goenaga, en Centenario Uruguayo y Av. Mitre, el de “la alemana” en De La Serna y las vías ferroviarias, el de Villa Echenagucía o el de “los obreros” en el viejo Gerli, que vieron pasar a personajes singulares para una ciudad que iba creciendo al paso de las fábricas, los talleres y las crisis sociales. Sus historias son parte de la memoria colectiva, ricas en solidaridad, humanismo y lucha. Allí se compartieron las vidas de laburantes y desocupados, viejos y jóvenes, y tuvieron todo tipo de relatos para contarnos. Algunos con un protagonismo más allá de sus pequeñas y humildes vidas.

Uno entraba a la semioscuridad de esos boliches, se sentaba y empezaba el romance largo en el tiempo, o sólo de paso, con ese espacio que se nos ofrecía como un amigo que aguardaba para compartir algo muy nuestro… Discusiones políticas o deportivas, disquisiciones filosóficas o confesiones dramáticas o románticas.
¿Quién no se reunió alguna vez con amigos para intentar cambiar el mundo en un lugar como esos? ¡Cuántas veces, nos ha sorprendido el amanecer en alguna placentera charla o una discusión apasionada! ¡O transpiramos emoción o rabia por la suerte en el truco!

Está el boliche del reencuentro y el del adiós, y algunos en una de sus mesas esperaron en vano que se cumpliera alguna ilusión… Estos lugares han sido testigos de parte de nuestras vidas, la cotidianeidad transcurrida entre sus paredes albergó las alegrías y también nuestras tristezas y fracasos.

Al decir de Discépolo, era “como una escuela de todas las cosas, / ya de muchacho me diste entre asombros / el cigarrillo, / la fe en mis sueños /y una esperanza de amor…”, para aumentar más la afectividad que provocaban en los muchachos de entonces: “…sos lo único en la vida / que se pareció a mi vieja”

Sería larga la lista de estos bares, despachos de bebidas o cafés donde se escribieron los densos textos de nuestro destino. Algunos aún conservan algo de esa magia, transformada en medio de las nuevas costumbres y necesidades. Está el Sastrín en la calle Galicia, en Piñeiro y otros convertidos en pizzerías o confiterías cosmopolitas. Pero nos faltan muchos más. Entre ellos, los más céntricos: “La Real”, el “García Lorca”, el “Mar del Plata”, el “Súper”, o “Las Vegas” que estaba en la calle Nueve de Julio casi esquina Av. Mitre, y otros…
Hoy es todo diferente. Tal vez no sea mejor que en los 50 y los años posteriores, hasta los 80. Ahora conseguir cuatro amigos que quieran jugar una mesa de truco o chinchón, tomarse un vermút o una ginebra, discutir, soñar o simplemente hablar de mujeres… es un trámite largo y enredado. ¡Qué vas a hacerle, Manolo! El progreso es cruel… no perdona.

ajgpaloma@hotmail.com

* Dibjujo: Clásica esquina con almacén y bar (F. Fernández Larrain).

noticias relacionadas