Mensaje de Cuaresma de Mons. Oscar López, Administrador Diocesano

Estamos entrando en una nueva Cuaresma. Tiempo de reflexión. Tiempo de conversión. Tiempo para prepararnos para celebrar la gran Fiesta de la Pascua

Y siempre la historia, la universal y la nuestra, la particular, nos dan oportunidades para que reflexionemos sobre ella misma, porque nunca se repite. Cada cuaresma es distinta porque son diferentes las circunstancias de nuestras vidas.

Si bien cada año que pasa es “tiempo favorable”, San Pablo nos invita a que vivamos también este año en curso como Año Favorable, no como uno más. Porque este año es distinto, como también lo es la Cuaresma.

Estamos saliendo de un año difícil, un año que en muchos aspectos de nuestra vida nos ha aislado, separado, por distintas cuestiones, de nuestros afectos, de nuestros seres queridos, de nuestras costumbres y de nuestras rutinas: ha separado a los abuelos de sus nietos, y a muchos hijos de sus padres. Ha separado a los niños y los jóvenes de su rutina presencial estudiantil para adaptarse a una nueva, los ha separado de sus compañeros, de sus grupos de relación cotidiana y han tenido que adaptarse también a esta nueva “normalidad”, de la cual todavía llegamos a percibir todas las consecuencias. Hemos visto situaciones de vida dramáticas, y de muerte no menos difíciles. Fue un año en el que experimentamos situaciones nunca vividas hasta el momento. Fronteras cerradas. Barrios cerrados. Negocios e industrias cerradas. Iglesias cerradas. Esto fue absolutamente novedoso.

Esto, en lugar de abatirnos, debe ser como una especie de trampolín que nos lance a una nueva experiencia de vida, en la cual, para los que tenemos fe, Dios no está exento ni está fuera de lugar. También es un tiempo favorable para que nos encontremos con Dios. Y la Iglesia, en este tiempo de Cuaresma, es lugar y tiempo privilegiado para eso. Como nos dice el Papa Francisco en el Mensaje de Cuaresma de este año:
“ La caridad se alegra de ver que el otro crece. Por este motivo, sufre cuando el otro está angustiado: solo, enfermo, sin hogar, despreciado, en situación de necesidad… La caridad es el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos y que suscita el vínculo de la cooperación y de la comunión.

«A partir del “amor social” es posible avanzar hacia una civilización del amor a la que todos podamos sentirnos convocados. La caridad, con su dinamismo universal, puede construir un mundo nuevo, porque no es un sentimiento estéril, sino la mejor manera de lograr caminos eficaces de desarrollo para todos» (FT, 183)”

Nuestra concreta circunstancia eclesial en la espera del nuevo Obispo nos da una perspectiva también nueva y distinta del tiempo que venimos transcurriendo. Unidos en la oración común esperamos al pastor “que con entrañas maternales, salga a buscar la oveja perdida para que no se pierda ninguna de las que le confíes”.
Pero esto no significa que nos quedamos de brazos cruzados en actitud pasiva, sino que seguimos edificando la Iglesia Diocesana en esperanzada y activa construcción del Reino. Por eso oramos y trabajamos, todos y cada uno de los que formamos esta Iglesia que peregrina en Avellaneda-Lanús.

El año 2020, con la pandemia, nos ayudó a descubrir o redescubrir la fragilidad de nuestra condición humana y todo lo que ello implica: fragilidad de nuestras economías, de nuestra salud, de nuestras propias seguridades. Pero también nos mostró la grandeza de nuestros vínculos y la importancia de los afectos y del estar juntos (quizá se hizo necesario que no pudiéramos juntarnos para descubrir el valor que habíamos perdido).

Este 2021 ya iniciado, incierto e imprevisible en muchos aspectos aún, nos tiene que tomar menos desprevenidos, tanto a nivel humano como eclesial. Hemos vivido una situación que nos tiene que servir de experiencia para enfrentar el futuro y esto es necesario que lo vayamos haciendo desde ahora, tratando de establecer nuestras prioridades:

Cinco son las “Notas” que identifican a la Iglesia de Cristo:
la MISIÓN o el testimonio de Jesús.
la FORMACIÓN en sus distintas formas y maneras.
la LITURGIA y todo el ámbito de la vida espiritual.
la COMUNIÓN, que no es otra cosa que unión en común, vida compartida.
el SERVICIO en sus diversas manifestaciones y formas.
Todo lo que la Iglesia hace se encuadra dentro de ellas y si una faltara, estaríamos perdiendo nuestra identidad. No seríamos la Iglesia fundada por Jesús.

Luego de haberlo dialogado con los presbíteros y algunos otros agentes de pastoral de la Diócesis, quiero invitarlos a que comencemos a trabajar durante este sobre una de estas “Notas” de una manera particular, no excluyente de otras, pero sí poniendo una particular atención en ella.

Hemos optado por la COMUNIÓN, HUMANA Y ECLESIAL. Comunión que debe comenzar en el corazón de cada uno de nosotros, necesitados de una verdadera conversión del corazón en cada día y en cada momento de nuestras vidas. Las lecturas del miércoles de Ceniza nos invitan a esto:
Conviértanse a mí de todo corazón… rasguen sus corazones, no sus vestiduras y convertíos al Señor, Su Dios, que es compasivo y misericordioso (…) Convoquen a la asamblea, reúnan a la gente, santifiquen a la comunidad (…) y digan “Ten compasión de tu pueblo, Señor” (Cfr. Joel2,12-18).

Dios nos invita a salir de nosotros mismos para estar en relación con nuestros hermanos de peregrinaje en esta historia que es la vida y con Él, nos invita a ponernos en relación con el todo. Nadie se salva solo. Nadie puede vivir el mensaje de Jesús al margen de los hermanos.

En este contexto de salir de nosotros mismos y de saber que estamos en este tiempo favorable, quiero invitarNOS a todos y a cada uno a que busquemos las distintas maneras de experimentar el amor a través de la comunión verdadera entre nosotros, sin discursos ni excusas: Entre los presbíteros y las comunidades parroquiales a ellos encomendadas, entre las distintas comunidades entre sí (Parroquias, Colegios, Instituciones, Movimientos, corrientes espirituales y demás), entre los diáconos, los presbíteros, las distintas familias religiosas, todos los laicos, o sea, todos los que tenemos la Gracia de compartir nuestra historia común. Nadie debe ni puede sentirse excluido.

Hay mucho para reconstruir. Hay mucho para retomar. Hay mucho para trabajar. Hay mucho para sanar. Y el trabajo no será seguramente fácil ni simple. Nunca lo es salir de uno mismo para ir al encuentro del otro. Pero el espíritu de la Cuaresma nos ayudará a ir descubriendo los caminos.

Quizá podamos ayunar de nuestros egoísmos y de nuestras formas. Quizá podamos hacer penitencia de nuestras costumbres y nuestros humores. Nuestro sacrificio cuaresmal podría ser salir al encuentro del que está solo, del que está enfermo, de aquel que no vemos hace mucho tiempo, del que tenemos olvidado en un rincón del corazón y sabemos que está allí pero no nos atrevemos a dar el primer paso por distintas razones, algunas quizá válidas.

¡¡Qué importante sería que cada comunidad buscara comunitariamente (y la redundancia es a propósito) la manera de vivir en comunión!!

Es difícil planear algo a hacer juntos cuando se hace en soledad. En la última reunión de los sacerdotes de la Diócesis estuvimos de acuerdo con esto: trabajemos la comunión. Busquemos la comunión en todo momento. Consejos o Juntas pastorales parroquiales, Instituciones y Movimientos, Grupos de oración, de reflexión, Grupos de Lectio Divina u otras formas de encuentro con la palabra de Dios, los mismos encuentros de catequesis o cualquier otra instancia nos pueden y deben ayudarnos. Todo granito que cada uno desde su lugar pueda aportar será en bien de todo el conjunto.

Con las precauciones del caso y los protocolos correspondientes, siguiendo las normativas vigentes, tenemos que buscar las formas de no acostumbrarnos a nuestras comodidades y volver a encontrarnos, a estar juntos, a compartir la vida como lo hicimos habitualmente en la casa común que es la iglesia, para estrechar nuestros vínculos comunitarios. No le restamos valor a lo virtual que ha sido de una gran ayuda en este tiempo, pero no podemos reducir la vivencia de la fe y la comunión a la imagen que nos da una pantalla. Es necesario compartir la vida en relación de estar los unos con los otros.

“Aun cuando los medios de comunicación realicen un valioso servicio a los enfermos y a los que no pueden ir a la iglesia, y han prestado un gran servicio en la transmisión de la Santa Misa en un momento en que no era posible celebrarla comunitariamente, ninguna transmisión es equiparable a la participación personal o puede sustituirla. Más aún, estas transmisiones, por si solas, hacen que se corra el riesgo de alejarnos del encuentro personal e íntimo con el Dios encarnado que se nos ha entregado no de forma virtual, sino real, diciendo: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Una vez que se hayan identificado y adoptado las medidas concretar para reducir al mínimo el contagio del virus, es necesario que todos retomen su lugar en la asamblea de los hermanos, redescubran la insustituible preciosidad y belleza de la celebración, requieran y atraigan con el contagio del entusiasmo, a los hermanos y hermanas desanimados, asustados, ausentes y distraídos durante mucho tiempo. (Volvemos con alegría a la Eucaristía -septiembre de 2020 – Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los sacramentos)”
Así estaremos viviendo este tiempo y esperando al nuevo Obispo que Dios nos regale para los próximos años, con el cual también cada uno de nosotros podremos “discernir los signos de los tiempos y continuar edificando el Reino como discípulos misioneros”. Mientras tanto vamos avanzando en el camino de la fe en la certeza que el nuevo pastor se unirá ala marcha, encabezándola.

Que cada uno entonces mire su interior con serena y confiada honestidad y vea qué puede hacer para comenzar a vivir un nuevo espíritu de Comunión eclesial.

Varias situaciones nos regala La Providencia este año: la celebración de los 60 años de la creación de la Diócesis, los 20 años de la unificación de Avellaneda-Lanús, el Año de San José convocado por el Papa Francisco, la Visita de la Imagen peregrina de la Virgen de Fátima entre el 28 de febrero y el 15 de marzo y la de las reliquias del Beato Carlos Acutis (en fecha a confirmar), como acontecimientos importantes para este año que ya se va perfilando, nos deberán ayudar a este crecer en el camino de comunión afectiva y efectiva según el lema que supimos tener hace 20 años: “Un solo corazón y una sola alma”. Pedimos su intercesión y que su modelo de fe activa nos vaya mostrando la manera de renovar a la luz del Espíritu nuestra realidad actual.

Quedamos fraternal y afectuosamente unidos en la oración común y en la Eucaristía que alimenta nuestra fe para seguir construyendo el Reino.

Que Dios nos bendiga a todos, y que cada uno bendigamos a los demás. Buena Cuaresma.

Mons. Rubén Oscar López
Administrador Diocesano

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