Meko Soler, un hombre de buena madera

Sus esculturas recorren el mundo.

Siempre se vuelve al primer amor, aún con la frente marchita y las sienes plateadas por las nieves del tiempo. Fue un regreso emotivo, como cada vez que vuelve a pisar el suelo de su Chaco natal; y colmado de orgullo, por la inauguración de un busto del gran poeta -coterráneo suyo- Mario Nestoroff.

A los 62 años, el escultor Ramón Américo Soler continúa disfrutando de la vocación que siempre poseyó en sus genes y, sin eludir su destino, celebra cada obra nueva no sólo como una muestra de su expresión artística, sino también como un nuevo aprendizaje de vida.

Meko Soler nació el 12 de octubre de 1949 en Presidencia Roque Sáenz Peña, la segunda ciudad más poblada de la provincia del Chaco. Transitó una infancia difícil, lejos de sus padres que vivían -literalmente- en el medio del campo. Su crianza estuvo a cargo de unos tíos que suplieron esa falta con creces, pero no pudieron impedir que, años más tarde, este joven rebelde emprendiera su camino con rumbo a Buenos Aires, para forjar sus ilusiones.

«Me vine en plena adolescencia, a los 16 años. Volví a los 19, estuve unos meses y regresé para quedarme . En aquella época todavía uno podía elegir el trabajo. Y estaba eso de estudiar o trabajar. Yo quería hacer todo esto que estoy haciendo ahora, pero empecé de a poco», recordó Soler, al tiempo que explicó el origen de su alias. Resulta que en el norte de nuestro país, se suele apodar «Meco» a todos los que se llaman Américo. Entonces, para distinguirse, Ramón se autodenominó Meko, con k.

Lo cierto fue que antes de partir, el artista chaqueño ya había demostrado su virtuosismo en las clases de dibujo, a las que asistió desde los 10 años.

Cuando llegó a la gran ciudad, el escultor residió en San justo, en San Fernando y en Capital, para establecerse definitivamente en Avellaneda.

«Hay un lugar en el mundo donde vos te afincás y te hacés fuerte», admitió el artista, con relación a nuestra ciudad, que lo cobija desde hace más de 30 años.

Una vez aquí, tomó contacto con el escultor Pascual Filippo, con quien aprendió el oficio de la talla en madera, orientado principalmente a la decoración de muebles.

Más tarde, ya como un especialista en la talla de ornato, Soler empezó a frecuentar la Mutual de Bellas Artes. Allí se cruzó con dos grandes escultores que fueron sus principales referentes. «Aprendí modelado con Carlos Marccesoti y más tarde fui ayudante de Enrique Gaimari, ambos ganadores del Gran Premio del Salón Nacional», destacó el escultor, que en el camino también hizo cursos de croquis con los profesores Antonio Pujía y Carlos Distéfano.

En ese entorno, el tallista conoció a su mujer, Lidia Conci, profesora de Bellas Artes y con quien tuvo dos hijos, David Fernando y Pablo Daniel. Pero al tiempo la vida le propinó un duro golpe que le astilló el corazón. Con sólo 44 años de edad, Meko se quedó viudo y le costó mucho reponerse de esa difícil situación. Para el artista esa «fue una historia muy complicada», por lo que prefirió no dar más detalles al respecto.

El arte del trabajo

Para mitigar el dolor y canalizar su creatividad artística, Meko se refugió en el trabajo, pero siendo fiel a sus convicciones. En su juventud hizo de todo. Trabajó en carpintería, fue peón de albañil, vendió frutas… Hasta que un día se miró en el espejo y se dijo a sí mismo: soy escultor. No voy a trabajar más de otra cosa que no sea de esto que soy.

Desde entonces, ha hecho innumerables exposiciones y ha participado en distintos salones de artes plásticas nacionales y provinciales, realizó muestras individuales y grupales e integró encuentros de escultores. Por si alguien duda de su currículum, el artista de la madera atesora -con gran prolijidad- una carpeta repleta de distinciones, diplomas, certificados, menciones, y notas de periódicos, que reflejan su rica y extensa trayectoria como escultor. «Todo lo que te cuento es más o menos cierto», señaló, entre risas, Meko, dando muestras de su sincera modestia.

En una época, la Universidad de Buenos Aires le compraba sus esculturas, para obsequiárselas a distintas personalidades que venían al país. Entre esas figuras de renombre internacional se encontraban Jacques Chirac, el Dalai Lama, Kofi Annan, Chiara Lubich, Romano Prodi, entre otros. «Todos los que venían a dar conferencias al aula magna de la Facultad de Derecho recibían una escultura mía», destacó el autor, quien ha logrado que sus obras recorran el mundo sin él haber atravesado las fronteras de nuestro país.

A lo largo de su carrera, Soler fue declarado Huésped de Honor en la provincia de Tucumán, en el marco del primer Simposio de Escultura, en la ciudad de Famaillá. Del mismo modo, por su presentación en el Encuentro Nacional de Escultores celebrado en Ayacucho (Pcia. de Buenos Aires) fue reconocido, por decreto municipal, Ciudadano Distinguido de Avellaneda. Asimismo, formó parte de la Asociación Argentina de Artistas Escultores.

A los 57 años, cumplió con una de sus asignaturas pendientes: se dio el lujo de culminar sus estudios secundarios, que habían quedado relegados por el trabajo. En dos años se recibió de Bachiller, con orientación en Gestión y Administración, con un destacable promedio general de 8,66.

Sus conocimientos como tallista y escultor también lo acercaron a la docencia y desde hace 12 años, enseña el oficio de la talla en madera en el Instituto de Folklore y Artesanías. Allí da clases a alumnos de distintos colegios de toda zona sur.

El resto de su tiempo, no se queda quieto ni un instante. Se lo pasa haciendo dibujos -para que después le sea más fácil representar las formas en sus esculturas- y sigue creando obras para que disfrute la posteridad.

Actualmente está concluyendo una imagen del Cristo Sembrador, de 2 metros de altura, para el Instituto Nuestra Señora de Luján, en la localidad de La Plata. Se trata de una escultura creada sobre el tronco de un cedro añejo, que se estaba secando en el jardín de la institución y que no pudo ser derribado por completo debido a sus profundas raíces.

Como si fuera poco todo lo que hace, Meko también está incursionando en la escritura, mezclando vivencias con un poco de ficción. Como prueba de ello, el escultor ya escribió la historia de La Guazuncha (una especie de ciervo de los pantanos), que merodea entre los montes de su Chaco impenetrable.

Aunque también reconoció que le gustaría editar una especie de ABC de la talla en madera, con gráficos y plantillas, bibliografía que sería de mucha utilidad para sus alumnos, que se resisten a dibujar tal como él les indica.

«Uno no puede eludir el destino. Mi vocación ya la tenía incorporada cuando nací. Lo que me faltó fue la humildad para aprender. Porque siempre supe que tenía la capacidad, pero no quería aprender. Pero con tantos golpes que te da la vida te das cuenta que nunca se termina de aprender y es ahí donde realmente empezás a hacer obra», resumió el escultor.

Así es Ramón Américo «Meko» Soler, un tipo sencillo y trabajador, de brazos fuertes y manos firmes, que ha logrado dominar al elemento esencial, convirtiéndose en un hombre de buena madera.

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