La hospitalidad de Marta y María

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, Monseñor Rubén Frassia en sus reflexiones radiales se refirió al Evangelio según San Lucas 10, 38 – 42 (ciclo C)

El Evangelio nos presenta este diálogo, de Jesús con las hermanas Marta y María, que muchas veces se ha exagerado como contraponiendo la vida contemplativa con la vida activa, y creo que no es correcta esta comparación.

Lo más importante es darnos cuenta que en la vida, nuestro comportamiento es integral, dinámico, que sabe que tiene que vivir las cosas que son esenciales, que son más importantes, como los valores, pero que también tiene que tener el compromiso y la expresión concreta de lo que es, en este caso, la hospitalidad.

Cuando uno recibe un huésped, éste tiene que ser bienvenido y uno debe tener caridad, preparando el lugar, atendiendo a la persona que llega, dándole, de alguna manera, su corazón y se sienta cómoda. La buena hospitalidad no es de ahora; en el antiguo Israel tiene mucha importancia ya que es el mismo Dios que pasa. Con la hospitalidad, la acogida, la aceptación del otro, tenemos que darnos cuenta que uno tiene que ser cercano a los demás.

El que recibe puede decir “no solamente a aquellos que vienen a mi casa personal, sino también a los que llegan a nuestra ciudad, a nuestra patria.” Así beneficia a los que están desposeídos de un lugar, a los extranjeros, a los emigrantes, a los migrantes. Muchas veces se dará cuenta que hay gente viviendo en indigencia y es allí que uno tiene que atenderlos y recibirlos con bondad, con caridad.

¿Qué hay que vencer en esto? Dos cosas: la soledad y el anonimato. La ciudad se presta mucho para el anonimato, y la soledad es parte de ese anonimato. ¡Hay mucha gente sola! A veces no se sabe quién vive en el departamento de al lado, cuando es un edificio. En algunos barrios uno todavía sabe quiénes son sus vecinos, pero en las grandes ciudades el desconocimiento y el desinterés se hacen mucho más visibles.

Por lo tanto, el espíritu evangélico nos lleva a quitar, a mitigar, la soledad de los demás y dar nombre a aquellos que son anónimos para reconocerlos. Pero esta actitud de acogida, de hospitalidad, de aceptación, ¿por qué se tiene que producir? Porque, fundamentalmente, uno tiene que ser discípulo, uno tiene que ser cristiano.

El discípulo tiene que tener una actitud de escucha, porque si no escucha no será un buen discípulo. De allí que tenemos que escuchar a Dios, y cuando así lo hacemos, estaremos más atentos y seremos mejores discípulos.

Muchas veces la gente se fatiga, se cansa o se quiebra y deja de ser discípulo porque anteriormente dejó de escuchar: “¡Dios ya no le decía nada!”, “¡el Evangelio ya no le decía nada!”, “¡la Iglesia ya no le decía nada!”; y como “no le decía nada” se debilitan la calidad del seguimiento y la calidad del discipulado.

Pidamos, en este día, ahondar esa capacidad de escucha: escuchar más en el silencio; escuchar más la Palabra de Dios, ponerla en práctica y poder vivir como auténticos discípulos. Ser testigos de lo que el Señor nos ha comunicado y ha compartido con toda la familia humana, con todas las personas de distintas razas, credos, nacionalidades, clases sociales, porque todos formamos parte de la misma sociedad y de la misma familia humana.

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