José Sorge: «Lo mío siempre fue prueba y error…»

Pintor autodidacta, dio vida a una de las esquinas del centro de Avellaneda -Paláa y Lavalle- con un mural que causó sensación en el barrio. Los vecinos, agradecidos.

Alguna vez el gran escritor, León Tolstoi, inmortalizó la frase «Pinta tu aldea y serás universal». Sin imaginarse la notable repercusión que tendría su obra, José Sorge reivindicó la sentencia del novelista ruso, dándole color y calor a la esquina de Palaá y Lavalle con su exquisito mural.

«La gente de acá es espectacular. El barrio es de primera. Paran con los coches. Me felicitan. Me hice parte del barrio. Además estoy siempre acá en el barcito (La Vieja Esquina, justo enfrente del mural). Su devolución es algo que no tiene precio. Un mural en un espacio abierto es algo que compartís y que la gente del lugar siente como propio. El último tiempo que estuve viniendo a esta esquina ya casi no pintaba. Me quedaba haciendo sociales, charlando con los vecinos, que me dieron muchas ideas y me ayudaron a ir terminándolo», dijo, feliz, José Sorge (43), muralista, músico y «librepensador», oriundo del barrio de Villa Domínico, quien gracias a su hipnótica pintura ha causado sensación en pleno corazón de Avellaneda.

La pared lateral del supermercado chino ubicado en Gral. Lavalle al 200 (esquina Paláa al 600), cobró vida con el llamativo cuadro que Sorge empezó a pintar en el mes de agosto. Y aunque el autor asegure que «le faltan algunos detalles, para darle un poco más de profundidad», el mural de aproximadamente unos 12 metros de ancho por 4 de alto es una verdadera obra de arte, digna de ver.

Su paisaje muestra lo que podría ser la entrada a una ciudadela, con predominio de estructuras arquitectónicas romanas antiguas -aunque también se observa en un costado un castillo medieval-, en donde se acaba de librar una encarnizada lucha. Allí, el campo de batalla es un tablero y los soldados, piezas de ajedrez.

«No sé jugar ajedrez, conozco lo básico, pero me gusta todo lo relacionado al ajedrez como algo simbólico. Porque las piezas representan el poder. Si observás, en la imagen el rey blanco aparece caído y está en jaque. Y arriba, en el templo, están como vencedores los reyes negros. Cada uno lo interpreta como quiere… Yo, argentino…», intentó explicar el pintor, entre risas, la temática de su obra que tiempo atrás ya había plasmado en un lienzo pequeño de 70 x 60 cm.

«(El mural) También tiene símbolos masones. Ya de por sí el ajedrez es un símbolo masón. Por ejemplo, que el templo se encuentre entre dos columnas, eso representa a la sabiduría», prosiguió Sorge, quien coincide en que hay un dejo de rebeldía en el hecho de que sean las fichas negras -que encarnan lo «popular»- las que vencen al poder blanco, representado como algo «aristocrático».

Más allá del ajedrez, tema recurrente que el artista también exhibe en su remera pintada, la idea de José era lograr un trompe l’œil -(expresión francesa que significa «engañar al ojo»), que es una técnica pictórica que intenta engañar a la vista jugando con la perspectiva y otros efectos ópticos-, para lograr profundidad y realismo.

«Nunca había hecho un mural de ese tamaño. Ya de por sí el cuadro era complejo y se hizo más difícil hacerlo en esa pared tan grande», reconoció José, quien a raíz de este exitoso trabajo, empezó a trabajar para la Municipalidad de Avellaneda, siendo parte de la Cuadrilla del Arte (junto a Augusto Pugliese, Mario Damiani y Jorge Esteco), que se dedica a embellecer distintos paredones de nuestra ciudad.

De vocación, autodidacta.
José Sorge, hijo de Don Pascual y Doña Carmen (italianos) contó que de chico ya dibujaba rostros y caricaturas; y en la colimba canjeaba dibujos «eróticos» por cigarrillos. Pero fue recién después de los 20 que agarró por primera vez un pincel, cuando decoró una habitación del hijo recién nacido de un amigo. Desde de ahí le empezó a gustar el tema de pintar sobre paredes.

Lo interesante es que ha cultivado un estilo propio, sin haber estudiado pintura. «Lo mío siempre fue prueba y error. Pintar, tapar y pintar de nuevo, hasta que saliera algo que me gustara», admitió José, quien mientras iba descubriendo su vocación, en el camino debió «remarla» con trabajos más formales y menos artísticos como el de remisero o verdulero.

Su constancia por querer vivir de lo que le gustaba, lo llevó a tener experiencias muy fuertes y enriquecedoras en el exterior.

«Estuvo un año en Los Ángeles, en el 2000. Ahí hacía murales con un gallego que era profesor en la UCLA, para sets de filmación de películas triple x (risas). Pero me volví enseguida, porque estaba incómodo con mi situación de inmigrante ilegal», recordó el muralista.

José volvió a la Argentina en el momento de la crisis del 2001 y dos años más tarde, con la idea de irse nuevamente, recaló en Italia, esta vez con los papeles en regla, por sus progenitores. Su estadía también fue de un año, y pegó la vuelta porque sintió diferencias a nivel laboral, por más que tuviera la doble ciudadanía.

«En Bergamo primero empecé pintando cuadros de tango, en una feria ubicada en una plaza, frente a la Biblioteca Nacional. Pero después pintaba motivos de paisajes locales y algunos pintores del lugar se me vinieron al humo para que no les invadiera su territorio», señaló el entrevistado.

Después de volver de Italia, ya con la plena seguridad de quedarse para siempre, Sorge estuvo exponiendo cuadros en la Feria de Mataderos, pero no logró poder entrar en los circuitos -muy saturados y cerrados- de Caminito o San Telmo.

José mencionó que, en algunas galerías, durante un tiempo dejó cuadros en consignación, pero las recompensas llegaban «a los premios», así que también se cansó de todo ese manejo.

Pelado y con anteojos negros, a José Sorge lo suelen confundir con el Indio Solari. Pero lejos de querer parecerse al mítico cantante, el artista plástico comparte algunas de sus cualidades. Es que José también forma parte del grupo «La Maga Josefa», una banda que hace covers de rock nacional, donde toca la guitarra y canta.

El nombre de la banda es un rompecabezas de los nombres de sus integrantes: Ma (Maxi Costa, teclado); ga (Gabriel Novello, Bajo); Jose (José, guitarra y voz) y fa (Fabián Costa -papá de Maxi- en batería).

«De paso aviso que tocamos el 22 de diciembre en el auditorio Rodríguez Fauré, para todo aquel que quiera venir a escuchar buen rock nacional», exclamó al pasar.

Volviendo al tema de la pintura mural, Sorge resaltó: «Con esto, me salieron un montón de trabajos extras, de gente que me encargó murales en sus casas o en sus negocios».

Aunque sufrió un poco al principio de tanto subir y bajar las escaleras (tenía sus piernas hinchadas), aseguró que disfrutó muchísimo pintando el mural de Paláa y Lavalle. «No es lo mismo trabajar en una fábrica, como me pasó, en la que estaba todo el tiempo minado el relojito para que pase la hora», admitió.

De una personalidad tranquila, José reconoció que le interesa mucho leer sobre metafísica y temas místicos. «Estoy enganchado mucho con el tema espiritual. Tampoco es que soy un monje tibetano, pero quiero la paz, sentirme bien y hacer sentir bien a la gente».

Sin dudas, a José Sorge, pintar lo invita a la reflexión y es algo que le crea un cable a tierra. Tal como él mismo lo definió: «Es un trabajo de hormiga, pero me hace sentir feliz».

«Lo importante es que el mural lo disfruta todo el mundo. Puede venir alguien que entiende de arte, pero también lo tenés al flaco que pasa con el carrito y te dice. ¡Alto dibujo! Entonces, de cualquier manera el cuadro está llegando a la gente. Y nadie lo toca, lo respetan. Estamos a dos cuadras de la cancha, pero se ve que en cierto modo hay códigos. Porque se dan cuenta que atrás de esto hay laburo», concluyó el padre de la criatura, que probó una y mil veces, y al final, acertó.

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