Horacio Cabezuelo: “Nunca voy a dejar de ser auténtico conmigo mismo”

Artista plástico y docente, da clases en talleres del vivero “Il Bianco Giardino” de Avellaneda y en su propio taller ubicado en la localidad de Wilde y desde 2007, coordina las exposiciones del grupo Reflejos el Sur, conformado por artistas que son alumnos suyos.

Cuando uno repasa la historia de vida de Horacio Cabezuelo, se refleja en ella todo lo que es capaz de hacer un hombre por materializar su vocación. Porque este avellanedense de 51 años, artista plástico y docente, comenzó recién a los 30, a delinear con trazos firmes y permanentes, su verdadera pasión por la pintura.
En el camino, Cabezuelo hizo de todo. Se formó en distintas carreras y tuvo trabajos tan disímiles entre sí, que su búsqueda fue realmente ardua. Pero evidentemente, en su alma ya había un boceto pregrabado. Los indicios eran tenues al principio, como las acuarelas. Pero pronto tomaron el cuerpo y la consistencia de los óleos.

“Sentía la necesidad de expresarme. Siempre tuve una inquietud artística, pero no sabía cómo ni por dónde canalizarla”, afirma Horacio, sentado cómodamente en el lugar preferido de su casa-taller de Wilde.

Debajo de su gorra beige característica, que lo protege del “frío en la pelada”, sus ideas parecen haberse acomodado de una vez por todas. Desde su juventud, hubo siempre un hilo conductor. De alguna manera, todo lo que encaraba tenía algo que ver con lo artístico.
“Me acuerdo por ejemplo que bailé folklore desde los ocho años, después fui profesor de folklore, o sea que la docencia también andaba ahí dando vueltas. Luego hice fotografía, de muy joven (egresó del Instituto de Arte Fotográfico y Técnicas Audiovisuales de Avellaneda) y me dediquéé un tiempo a eso. Hice teatro, también, en algún momento. Estudié psicología social en la primera escuela de Pichon Rivière, a los veintisiete. Cursé tres años y me faltó la práctica (observación y coordinación de grupos)”, enumeró Cabezuelo, sus distintas instancias de formación académica.

Mientras estudiaba, Horacio también tenía que trabajar. El pintor mencionó algunos de sus empleos formales. “Fui empleado de préstamos en el Hogar Obrero, trabajé en VCC (Video Cable Comunicación) en la parte de programación diaria y como switcher master y salí en Cablín, haciendo unos micros en los que enseñaba a los chicos a hacer papel maché y cartapesta. Además participé en un panel en un programa de Mónica Gutiérrez que se llamaba Los unos y los otros”, recordó.

Pero la lista no terminaba allí: También hizo algunos trabajos administrativos (fue secretario en un instituto de grafología) y artesanías (móviles de metal pintados). “Nada tenía coherencia hasta el momento. Todo eso era una cosa difícil de digerir para alguien que me tuviera que entrevistar para un trabajo”, aseguró el multifacético artista, sobre su pasado previo a ingresar al mundo de la pintura.

Si bien nació en Avellaneda, Horacio vivió muchos años en CABA. Primero en Congreso, después en Boedo y mayormente luego, en el barrio de Palermo, en la zona del Botánico y el Zoológico. “Una vez vi un pasacalles que anunciaba un taller de pintura y dije: bueno, lo único que me falta es esto”, contó el profesor de plástica.

Y esa frase fue premonitoria. Horacio explicó a continuación que “en esto de la pintura uno se guía por los olores, las manchitas de los atriles, el ambiente que se respira ahí. Ya el primer día tuve una experiencia muy favorable y me sentí reconfortado, libre”.

“Hay muchos prejuicios con el arte. Porque uno cree que para hacer esto tiene que estar tocado por la varita mágica. Que hay que nacer con algún don demasiado especial. Pero en realidad el don está en la vocación. En ese taller estuve seis meses. Entonces fui a otro taller (del artista Ernesto Aragón) donde me quedé nueve años. Ahí me “castigaron” bastante con la parte técnica. Pero ya a los dos años estaba en una especie de carrera, presentándome a concursos y exponiendo”, agregó Cabezuelo.

El corazón mirando al sur
De vuelta en Avellaneda, Horacio se metió en el Instituto Municipal de Artes Plásticas que, por su intensa formación en los talleres anteriores, en seguida “le quedó chico”.
“Fue como que el entorno, acá en zona sur, empezó a reflejarme todo el nivel que yo había adquirido y que evidentemente yo no quería reconocer”, expresó el artista, quien reconoció que en ese momento lo que parecía una extrema humildad de su parte, respecto de su obra, era en realidad una muy baja autoestima, desde el punto de vista anímico.

Al poco tiempo, se puso en contacto con la dueña del vivero “Il Bianco Giardino” en el que vendió alguna artesanías, y sorpresivamente su sueño empezó a florecer. “Lucía Mongia (hoy responsable del taller infantil en la casa-taller de Horacio) me dijo: ¿Por qué no empezás a dar clases acá? Ella tenía un taller de artesanías pero faltaba un taller de arte para adultos, porque ella daba clases para chicos”, relató Cabezuelo. “Yo voy a ser tu primera alumna”, le había insistido ella, que era egresada ni más ni menos que de la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano.

“La docencia siempre fue algo muy natural para mí”, prosiguió el profesor. “Nunca tuve que ponerme en ningún tipo de rol. Surgió espontáneamente. Ahí empecé con muy pocos alumnos y también vendía plantas en ese vivero. Y los días jueves no vendía plantas sino que era el profesor de plástica”, reconoció orgulloso.

En el ínterin, Horacio alquiló un local pequeño debajo de su casa, que en poco tiempo se llenó de alumnos.

Desde entonces, Horacio Cabezuelo da clases en talleres del vivero “IL Bianco Giardino (Castelli 95, Avellaneda) y en su propio taller, (Salvador Soreda 6102, Wilde) y desde 2007, coordina las exposiciones del grupo Reflejos el Sur, conformado por artistas que son alumnos suyos.

A la hora de definir su labor como docente, Cabezuelo afirma que “llega un momento en el que el alumno tiene que despegarse del profesor para que esa persona tenga una cierta libertad como para empezar a desarrollarse”.

“Si bien el profesor tiene que ser estricto, hay otros aspectos en la docencia como el hecho de ser facilitador, guía dentro de un taller. No es la docencia clásica. A priori uno cree que enseñar plástica es enseñar a cómo agarrar un pincel, o enseñar sobre color… Y en realidad hay mucho porcentaje de otro tipo de cosas psicológicas, filosóficas, mucho más abstractas”, conceptualizó.

De golpe, los matices se hicieron colores sólidos y todo cobró coherencia. “Tal vez lo único coherente en mí fue la búsqueda. Porque al ser hijo de un almacenero, culturalmente no tenía nada que ver con lo que soy actualmente. Yo no tenía ningún referente cercano de quién podía llegar a ser. Tenía que descubrirlo muy profundamente”, resaltó Horacio.

“La gran tarea de todo ese tiempo fue romper, analizar, juntar pedazos, ver qué era lo que quedaba decantado. Cuando uno encuentra, insospechadamente, algo al final del camino, que realmente es lo verdadero, ya está todo preparado de afuera para que uno sea”, agregó, el pintor.

“Siempre tuve claro que aunque no vengan muchos alumnos, no ingrese suficiente dinero, o no venda cuadros, nunca voy a dejar de ser auténtico conmigo mismo. No encuentro otro modo de vivir sino a través de la realización más verdaderamente posible. Esto es lo que me hace un artista plástico. Esa búsqueda de autenticidad es la que debe tener cualquier artista”, finalizó.

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