Homenaje a la editorial Acme

Escribe Roberto Díaz en su columna “Baúl de libros”

Puesto a tener que recordar la novela policial en la Argentina, evoqué aquellos años de la década del ´50, cuando, siendo apenas un pibe, caminaba largas cuadras hasta un quiosco de libros y revistas en la esquina de la Escuela Normal de Avellaneda y allí cambiaba “dos por uno”. Eran los tiempos de lo que, en los Estados Unidos, se había llamado “pulp fiction” y en España “tebeos”: las revistas con historias fantásticas, con grandes aventuras en el espacio, en el oeste americano, con detectives como Ralph Kirby y su pipa.

Por aquellos años, había aparecido una pequeña colección llamada “Rastros”, que publicaba novelas policiales. Salía a la calle quincenalmente. Y yo la compraba; juntaba, moneda a moneda, y la compraba. Allí, en esa colección (que se suplementaba con otra llamada “Pistas”) salían algunos autores norteamericanos y otros, argentinos vergonzantes, que utilizaban seudónimos ingleses.

Era la época en que la novela policial era considerada un género “menor” por los discriminadores y soberbios de siempre.

“Rastros” era publicado por una joven editorial: Acme, con oficinas en la calle Maipú.

Muchos escritores argentinos, apelando, como dije, a un seudónimo rimbombante, publicaban allí. Con el tiempo, supe que Alfredo Grassi (un portento, poeta, cuentista, novelista, traductor, firmaba, a veces, W. Seymour). Allí, conocí los textos de Luis de la Puente, de Isaac Aisemberg (guionista cinematográfico, novelista de ciencia-ficción, un hombre muy respetado en los círculos intelectuales), de Wilfredo Talamona (periodista del diario “Crítica”) de José Batiller.

Bueno, bueno. Con los años, me enteré que solían reunirse, periódicamente, en viejos bodegones y cafés de Buenos Aires. Que tenían un “alma mater” llamada Vera Lapegna, una italiana que había venido al país a los cinco años de edad, bella muchacha, culta, emprendedora, que comenzó como secretaria en la Editorial y terminó siendo directora literaria. Esta muchacha, muchas veces, pagaba de su propio bolsillo las colaboraciones de los autores. Con 87 años de edad, dijo en el 2007: “había muchos escritores que tenían familia y, a veces, las remesas de pago se demoraban”.

Esta gente fue pionera de la novela policial argentina. A pesar de que, ya, en 1944, Borges y Bioy Casares habían fundado la colección “El Séptimo Círculo”, “Rastros” fue un emblema, un símbolo del policial popular.

Y fíjense, amigos, qué curiosidad. Buscando algo en Internet, encontré que “La pista de los zapatos viejos” de José Batiller, la ofrecían en Alemania en ¡29 euros! Era el mismo ejemplar que yo había leído de pibe.

Cuando las encuentro en las librerías de viejo, siempre las compro. Están arrugadas, sus páginas se pusieron amarillas (bah, a mí también me pasó el tiempo o, mejor dicho, se quedó) pero siguen teniendo aquel mismo encanto, aquel mismo color de la infancia. Sus traducciones eran impecables porque lo hacían traductores como Julio Vacarezza, como Ariel Bignami (con éste tuve la suerte de trabajar en la revista “Hoy en la Cultura”, en la década de los ´60).

Amadeo Bois y Modesto Ederra eran los dueños de la Editorial y tuvieron colaboradores como Adolfo Pérez Zelaschi, Juan Jacobo Bajarlía, Rodolfo del Villar. Ilustradores de primer nivel, muchos de ellos se fueron a trabajar lejos de la Argentina. Y “Rastros” publicó la primera novela de Dashiell Hammett (el autor de “El halcón maltés”) que se llamó “Cosecha Roja”. Y editaron muchas de Brett Halliday, de Wade Miller, de Amelia Reynolds Long. Eduardo Goligorsky (un traductor de primer nivel, con el que trabajé, también, en “Hoy en la Cultura”) publicó sus primeras novelas (con seudónimo, claro) en esta editorial que le abría las puertas a los escritores argentinos de novelas policiales.

Tenía necesidad de tributarle un homenaje a esta gente (muchos sobrevivientes rondan los 90 años) y también recordar mi infancia de pantalones cortos y el placer que me daba esta lectura.

robertodiaz@uol.com.ar

noticias relacionadas