El viejo O´Neill, siempre vigente

Comentario de Roberto Díaz de la obra teatral “Largo viaje del día hacia la noche”.

Este trío mentado de entrañables amigos, que conformamos “Tito” Agosti, Pedro Gaeta y yo, nos fuimos, en andanza teatral mediante, al Teatro “Regio” (allí donde, dicen, estuvo guardado el cuerpo de Eva Perón) para presenciar una de las tragedias más imponente que ha escrito el teatro universal: me refiero a “Largo viaje del día hacia la noche” de Eugene O´Neill.

Y qué cosas tiene la vida. Si la tercera esposa de O´Neill, Charlotte, no hubiese desobedecido al muerto, no habríamos estado viendo y emocionándonos con esta obra póstuma y, tal vez, la más extraordinaria de su gran producción.

Las instrucciones del Premio Nobel de Literatura habían sido rotundas: no publicar ni exhibir los textos que dejó a su muerte. Sin embargo, “Largo viaje del día hacia la noche”, esas veinticuatro horas en una familia que fue, en realidad, la suya, convierte a su tragedia en un testimonio exponencial de teatro con todas las letras.

Una Claudia Lapacó (abandonó, acertadamente, el musical de Pepito Cibrián para hacer el papel de Mary, la esposa morfinómana) estupenda, robándose la escena, aprovechando todos los matices interpretativos que le ofrece el personaje; Daniel Fanego, buen actor como siempre, pero que, al cascar en demasía su voz, remedó al De la Rúa imitado por Freddy Villareal; muy bien los dos actores jóvenes Sergio Surraco y Agustín Ritano y una dirección afilada y sensible de Villanueva Cosse.

Vale la pena irse hasta el “Regio” a ver esta muestra de Teatro porque es un baño de agua fresca luego de toda esa charca emponzoñada en que se ha convertido la TV nacional. La entrada: una bicoca de 45 pesos (mucho más barato que ir a ver a Pachano). Costo total de la salida (Solari, como corresponde): 100 mangos porque, luego, fuimos a manducar cortito, como corresponde a gente en dieta.

Los ingredientes autobiográficos de esta obra de O´Neill, están dados en Edmund, su hijo menor, tuberculoso y viajero por el mundo (como lo fue él) con una madre morfinómana y un padre, actor clásico dipsómano y avaro.

No es una obra para reír a mandíbula batiente ni mucho menos, a pesar de lo que les sucede a ciertas mujeres, que suelen reírse en las escenas más dramáticas y tensas. ¿Será un problema ovárico?

Roberto Díaz

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