Coronavirus: investigadoras exhiben la situación de la enfermería durante la pandemia
Un equipo liderado por la docente e investigadora de la Universidad Nacional de Quilmes , Karina Ramacciotti, aborda las condiciones laborales y simbólicas que afronta un sector históricamente marginado.
“Son esenciales, si no hay enfermeros y enfermeras, sencillamente, el sistema de salud se cae”, señala la historiadora Karina Ramacciotti, al tiempo que sentencia: “La pandemia se llevó la vida de más de 200, no podemos perder de vista ello, mientras realizaban su trabajo contra la covid, mientras estaban en la primera línea”. Esta docente e investigadora de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) y el Conicet, lidera el programa de investigación interdisciplinario y federal “La enfermería y los cuidados sanitarios profesionales durante la pandemia y la postpandemia del COVID 19”.
A partir de allí, buscan describir y analizar las condiciones materiales y simbólicas que afrontan quienes se desempeñan en la profesión. “Este tiempo de excepción se configuró como un auténtico laboratorio que exhibe a las claras las características de un sector mal pago, y etiquetado por el sentido común”, dice. Los estereotipos se bambolean entre la glorificación (las enfermeras como “heroínas”) y el menosprecio (realizan “un trabajo menor”).
En una situación inédita, Ramacciotti coordina los esfuerzos de más de 100 investigadoras e investigadores (el 86 por ciento son mujeres), repartidos en 16 nodos desperdigados en el territorio nacional. De modo que el abordaje es de carácter federal y combina la participación de científicos jóvenes y otros de mayor trayectoria; que, asimismo, provienen de las más diversas disciplinas: Historia, Sociología, Trabajo Social, Ciencia Política, Comunicación Social, Antropología, Psicología, Enfermería, Letras, Terapia Ocupacional y Geografía. Realizaron una encuesta nacional que fue respondida por 1480 enfermeras y enfermeros; articulada con 274 entrevistas en profundidad. También participaron con sus testimonios otros integrantes del sistema sanitario, autoridades del sector, líderes sindicales y legisladores.
La situación inicial
Ramacciotti y sus compañeras de otras casas de estudio no arrancaron desde cero; pues, exhibían antecedentes de trabajos de investigación histórica de la enfermería. Con esa base, buscaron explorar las condiciones de trabajo y las representaciones sociales en torno a la enfermería durante la pandemia.
Lo interesante, señala la científica, es que –según el material recolectado– los contextos de mayor preocupación manifestada no necesariamente coincidían con los momentos de alarma epidemiológica. “Es muy recurrente en los testimonios el reclamo por la falta de insumos en el inicio de la pandemia, allá por marzo de 2020, sumado a la enorme incertidumbre que había respecto a temas claves, como la utilización o no del barbijo por ejemplo. Y en ese escenario, no había demasiados casos de covid ni mucho menos internados en las instituciones de salud”, describe.
De hecho, la confusión fue tal al comienzo que, en tan solo cuestión de días, una autoridad internacional como la OMS anunciaba recomendaciones contrapuestas para que adopten los Estados. A pesar de no contar con salas abarrotadas de pacientes coronavirus, los enfermeros y las enfermeras no recuerdan los inicios de la pandemia como “un momento de tranquilidad”, sino de “enorme nerviosismo” por lo que se observaba en diferentes latitudes. Y, sobre todo, por las imágenes de desesperación que llegaban desde el otro lado del Atlántico, donde la película de terror se transmitió antes.
En paralelo, se producían conflictos en relación al acceso a equipos de protección y, una vez que llegaron, se tenían dudas sobre el nivel de seguridad que ofrecían ante la alta contagiosidad del Sars CoV-2. Asimismo, los enfermeros y enfermeras manifiestan haberse enfrentado con las autoridades de las instituciones que los empleaban porque, en muchos casos, eran negacionistas de la covid. Superiores que aseguraban que se trataba de “un fenómeno asociado a una conspiración” y a “una estrategia de marketing” para comercializar más productos de salud. “Cuando se peleaban con sus jefes, los cambiaban de ámbito y si la disputa en torno al virus continuaba, las enfermeras eran echadas. Recopilamos muchas de esas historias”, dice.
El punto de inflexión
El cambio se produjo en junio de 2020, cuando falleció el primer enfermero. En ese momento, se sancionó la denominada “Ley Silvio” (n° 27.548) en homenaje a esta persona que dejó su vida durante la atención de pacientes. A partir de ese momento, se declaró prioritario y se reguló desde el Estado los protocolos y las medidas de cuidado y bioseguridad para el personal de salud. “Complementariamente al miedo a infectarse ellos mismos, expresaban un gran temor a contagiar a sus familiares. Sin embargo, en paralelo, nunca dejaron de organizarse: realizaron grupos cogestionados para comprar los insumos que en algunos centros faltaban y destacaban el cuidado mutuo”, narra Ramacciotti.
Con el tiempo, las enfermeras y los enfermeros comenzaron a sentirse mucho más seguros en sus trabajos. De hecho, las instituciones de salud se ubicaron como un refugio ante un afuera que, de a momentos, parecía bordear la irracionalidad. En septiembre de 2020, se organizó la quema de barbijos en el obelisco; al tiempo que se viralizaban por redes sociales carteles en edificios que denunciaban que “En este lugar habita un miembro del personal de salud y puede contagiarnos”. Estaban en la primera línea de combate, pero los marginaban y eran burlados. Así lo grafica la investigadora: “Ellas reportan en sus testimonios que, posiblemente, la misma gente que salía a aplaudirlos desde sus balcones por la entrega diaria, luego era la que los rechazaba en otras circunstancias. Los colectivos ni siquiera las paraban cuando, por su vestimenta, advertían que eran personal de salud y potenciales vectores de infección”.
Afortunadamente, las historias menos felices se solapan con aquellas que sacaban sonrisas: el personal de salud recibió agradecimientos de todo tipo por parte de los familiares y los pacientes que se iban de alta. La campaña de vacunación motorizó el despliegue de escenas más amables.
El presente y las reivindicaciones del futuro
Buena parte de la investigación fue realizada durante la segunda ola, entre marzo y julio de 2021, en instituciones públicas y privadas de salud. Como los testimonios recolectados coinciden con el peor momento de la pandemia para Argentina, muchos de los entrevistados relataron “debates calientes” para decidir a quién debía brindarse la última cama disponible. Otro eje fue la transformación en la eficacia de los tratamientos: si durante 2020 se les suministraba antibióticos, en 2021 observaron la eficacia que suponía la pronación de los pacientes. Mejorar la oxigenación, creían, podría provocar una mejor estadía.
“Los últimos testimonios muestran cómo se modificaron las edades de las personas que debían internarse por covid. Mientras en 2020 se trató principalmente de adultos mayores o con condiciones de salud más deterioradas; este año el promedio de edad disminuyó mucho por la inmunización”, comenta. Hoy, afortunadamente y gracias al avance del proceso de vacunación, la realidad de las instituciones sanitarias es otra. Algunas cumplen récords sin reportar nuevos pacientes de covid en semanas. Los rostros de las enfermeras exhiben el cansancio, pero también el alivio.
La producción científica adquiere más brillo cuando puede contribuir a generar mejoras y reivindicaciones en los sectores que se investigan. En definitiva, cuando realizan su aporte para mejorar la vida de grupos sociales desfavorecidos. “Claramente hay una cuestión salarial que debe ser modificada. Al mismo tiempo, hay un objetivo simbólico: los medios tienen que romper con el estereotipo de la enfermera que llega por vocación y por caridad; proponemos construir una política comunicacional diferente”, apunta la investigadora. Y continúa: “Hay que entender que es un trabajo para el que se requiere ser profesional; entre tres (tecnicatura) y cinco (licenciatura) años de estudio y muchísima práctica en terreno. A muchas de las que consultamos para este trabajo, la gente les preguntaba si había que estudiar para ser enfermera, o bien, por qué se habían dedicado a eso y no a la medicina que era mejor”.
Desde el Estado se podrían articular beneficios para el sector sin tanto costo, por haber acumulado durante la pandemia tanto estrés, desgaste físico y mental. El grupo propone entradas o ingresos para concurrir a eventos públicos, el acceso a líneas de créditos específicas y jubilaciones anticipadas, así como otros gestos que, en la escena pública y adecuadamente visibilizados, contribuirían al reconocimiento social de un trabajo esencial.
De este modo, desde el Programa fomentan una revalorización por partida doble: tanto material como simbólica. En esta línea, Ramacciotti destaca que la enfermería configura un sector “ampliamente feminizado”, en que “las cuestiones de género son muy emergentes”, tanto en la formación como en la práctica. “Las estudiantes de enfermería afrontan episodios de violencia por parte de sus parejas que, al inicio de la carrera, se oponen a que estudien”, destaca. En el ámbito de la salud, una vez recibidas y con trabajo, la mirada médica-masculina-hegemónica también se hace sentir. “Para revertir ello, nuestra idea es trabajar con comisiones de género, con el objetivo de abordar estas problemáticas, también relacionadas con anclajes en la psicología social”. Problemas complejos requieren miradas complejas.