Avellaneda y sus primeras veces: La primera calesita

Escribe Mariano Fain.

La primera calesita de la Argentina estuvo ubicada en Plaza Lavalle (entre lo que hoy es el Teatro Colón y el Palacio de Tribunales) y fue desde su colocación en 1867 el principal centro de atención de la misma, hay divergencias en cuanto a la procedencia de la misma, muchos afirman que era de origen francés y los hay que aseveran que fue fabricada en Alemania.

Recibe diferentes denominaciones a lo largo del mundo, carrousel, manege, giostra, tio vivo, merry-go-round, sarianguik, en la Argentina la llamamos calesita, su denominación proviene de las “calesas” variedad de galera de cuatro ruedas traccionada por varios caballos y de “calesín”, pequeño carruaje de solo dos asientos movilizado por un solo equino.

Sarmiento y las calesitas
Cuentan que cuando Sarmiento era presidente, instalaron una calesita frente a su casa.

La policía del lugar cuidando el reposo del presidente se dispuso sin consultarlo a desalojarla, pero él enojado se negó: “Me parece hermoso oír la risa de los chicos cerca de mi ventana”, dijo.

En Avellaneda (Barracas al Sud entonces) el primer permiso municipal para la instalación de una calesita o como las bautizó Raúl Gonzalez Tuñon: “la magia que da vueltas”, tuvo lugar el 28 de junio de 1.876, tan solo algunos años después de aquella primer calesita emplazada en Agentina, dicho permiso era por un período de cinco años a un señor llamado P. N. Finochio. No han quedado registros, ni más información, pero podemos asegurar que dicha calesita se movilizaba por tracción animal: un noble caballo, que automáticamente al iniciarse la música sabía que debía comenzar su interminable marcha circular, para que también comenzase la alegría.
Como bien registra Edgardo Cascante en una de sus obras, “En 1.958 dejó de funcionar la última calesita de tracción animal. Estaba en una plazoleta / potrero, en Rocha y Estrada. El poco feliz animalito, si bien no era maltratado, nunca pudo llevar encima suyo a los chicos. Para eso estaban sus parientes de madera”

A un caballito de calesita

¡Pobre caballito
de las calesitas!
Tapados los ojos,
entre claras risas,
al son de una música,
qué cansado giras…
Tu dueño implacable
dejarte podría
pegar unos brincos
por esas campiñas,
bajo el sol de fuego
de las romerías.
¡Pobre caballito
que giras y giras!
¿Qué hacen esos otros
de actitud bravía,
de crines revueltas,
de orejas erguidas,
nevados y negros,
bayos y con pintas,
de doradas riendas
y gualdrapas finas?
Lucirse orgullosos
con sus cargas lindas,
de bucles castaños
y rosas mejillas…
En eco detente,
de rabia relincha,
no hagas caso al látigo
que en tu grupa silba,
ni a la frase dura,
ni a la musiquilla
a que por costumbre
lentamente giras…

Dile al empresario
te licencie un día,
y una buena máquina
tome tus fatigas.
¡Dile que los niños
no se enojarían!

Baldomero Fernández Moreno

Llora la calesita/ de la esquinita sombría,/ y hace sangrar las cosas/
que fueron rosas un día

Tango de Mariano Mores y Cátulo Castillo.

El origen de las calesitas

(…) no hay certezas sobre el origen de las calesitas; y como la tradición indica que las novedades más curiosas provienen de Oriente, hay quienes adjudican a los turcos este circular invento. (..) hacia 1648 un europeo describió un juguete pergeñado por un sultán aburrido en la mágica Estambul: un enorme plato de madera que giraba sobre sí mismo, impulsado por unos lacayos.

Cuando el europeo regresó a su patria, Inglaterra, en 1673, registró la primera patente que se conoce de este juego al que bautizó “Merry go round”(algo así como “giros alegres”). El juego llegó luego a Francia, para entretener a la nobleza.

Debieron pasar varias décadas para que los adultos dejaran el objeto a los niños. La incorporación de caballos de madera donde montaban los varones, y de decorosos asientos para diversión de las niñas, fue acompañada por la tracción a caballo guiado por un experto caballerizo que devino en calesitero.

El término “calesita”, es cierto, también es raro, pero hay una teoría que lo sustenta. Quizá remita al viejo calesín, un carruaje ligero, de cuatro ruedas y dos asientos tirado por un caballo. El conductor recibía el nombre de calesinero. Con lo cual, si acaso esta versión no es cierta, tiene al menos cierta lógica.
El tango le reservó también varias menciones, la más famosa de las cuales lleva precisamente de título “La calesita”: … en la esquinita palpita/ con su dolor de fango. La calesita trae recuerdos nostálgicos, admite El Viajero, mientras recita un poema de Juan Gelman: Sin un poco de mar, sin un amigo/ Me vio el caballo de la calesita,/ me vio tan solo que se fue conmigo.

Adaptación de Clarín Suplemento Viajes 7 de octubre 2005

mariano.fain@elhistoriador.com.ar

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