Antonio J. González, un hombre que ha dejado huellas

Desde 1951 integra la asociacion gente de arte

La asociación Gente de Arte de Avellaneda fue fundada en 1941 por un prolífico grupo de artistas de nuestra ciudad. En esa verdadera cuna de la cultura avellanedense se forjó Antonio José González, un comprometido intelectual que ha sido un destacado escritor, artista plástico, periodista, dirigente cultural y docente artístico.

A esta altura, se podría decir que Gente de Arte es como su segunda casa, pero su esposa Nora Cerrudo afirmaría, sin temor a equivocarse, que es la primera.
“Prácticamente crecí acá. Estoy desde 1951. Desde entonces, casi no paré. Ahora estoy un poquito quieto”, dijo sonriente, Antonio González, que ahora está bastante más tranquilo en la Comisión Directiva, en el modesto cargo de Revisor de cuentas de la institución. “Ahí están los que no quieren laburar”, bromeó, al pasar, Antonio, quien siempre se ha caracterizado por ser un gran trabajador.

“Hice varias cosas, pero no fueron tan distintas entre sí. Todo lo que hice tiene que ver con la vida. Es decir, con la vida humana. Todo aquello que tenga que ver con la vida humana, no me es ajeno”, expresó el directivo, que se inició como vocal hace 60 años, y fue Presidente en Gente de Arte, durante mucho tiempo.

“José Pérez Sanín me trajo a trabajar. Por entonces yo trabajaba en el Centro Comercial Sarandí, como gerente, y él iba a dar clases de pintura ahí. Y me invitó a sumarme. Entonces un día vine… y me quedé. Vine como todo el mundo, la primera vez, a olfatear qué era todo esto. Había conciertos regulares, conferencias, exposiciones, cursos… De todo. Entonces, evidentemente entre todo ese clima yo me sentía como un pez en el agua. Era algo que me estaba faltando y que me ayudó a crecer. Conocí mucha gente de la que me fui nutriendo. Poetas, pintores, músicos, directivos, socios”, recordó González, quien tempranamente supo reconocer en su espíritu un germen artístico – literario.

Dueño de una infancia “muy simple”, Antonio se crió en una familia de “laburantes”. Su padre (gallego) era trabajador en “La Negra” y su madre (hija de italianos), fue durante un tiempo operaria de una fábrica textil.

A los 15 años, Antonio ya escribía poesías, pero al mismo tiempo, también sorprendía con muy buenos dibujos. Y el desembarco en este ámbito repleto de intelectuales y artistas plásticos vino a completar toda su predisposición congénita para con el arte.

Pero eran otros tiempos. González explicó que “en ese entonces no había una actividad cultural tan diversificada o descentralizada. Ahora hay muchas posibilidades de hacer cultura, estudiar o mostrar tus cosas. En un mismo lugar, en exposiciones, podías encontrarte a (Antonio) Berni o a (Juan Carlos) Castagnino, y otros grandes, que en ese momento no eran lo famosos que fueron después. Y en cuanto a exponentes literarios, venía por ejemplo Baldomero Fernández Moreno y un sinfín de intelectuales y de poetas. Hasta María Elena Walsh, siendo muy joven, vino a leer poemas a Gente de Arte, junto a Horacio Armani, en la vieja sede de Av. Belgrano 601”.

Más allá de canalizar su vocación artística, inmerso en ese movimiento cultural, único en Avellaneda, Antonio González también tuvo empleos formales que contribuyeron a su desarrollo profesional y personal, y que él valora en igual medida.

“Tuve una vida comprometida. Yo siempre digo que soy un hijo de las instituciones sociales. Mis primeros trabajos fueron en instituciones. El centro comercial de Sarandí, el centro de almaceneros de Avellaneda. Ahí conocí la mecánica de las asociaciones civiles. Un funcionamiento democrático, con sus comisiones directivas, en las que se toman decisiones por mayoría, pero también se discute… Esa filosofía del asociativismo también me nutrió”.

“Y cuando vine a acá, me comprometí con la parte institucional”, agregó Antonio, al tiempo que destacó a Avellaneda como una ciudad “que siempre fue muy rica en eso, con sus sociedades de fomento, los clubes de barrio y las bibliotecas”.

“Hombre” y apellido
“¿Escribir o pintar? Yo prefiero todo. Desde cultivar una flor, realizar una actividad artística o caminar por la calle. Todo es preferible porque no debe haber compartimentos estancos. En ese camino, hay muchas cosas con las que me armonizo y otras que dejo de lado”, reconoció González, dejando en claro que disfruta de todo lo que hace a diario.

“Hay días que escribo, otros que pinto… También hago un poco de periodismo, artesanías, expresión corporal y voy a dar clases de pintura a un centro de jubilados de Piñeiro, algo que me gratifica mucho. Pero como no tengo grandes obligaciones, y estoy más libre, puedo administrar mi tiempo a gusto. Y cuando no quiero hacer nada, no hago nada. El ocio está para que se lo disfrute. (risas)”.

Transcurre la charla en el patio de Gente de Arte donde tiempo atrás Antonio encontró sus musas más inspiradas y casi sin querer, surge del artista la faceta de escritor, sobre todo poeta. “Sentarme a escribir es mucho más fácil que ponerme a pintar. Porque se trata del mundo de las ideas y las palabras. Una imagen nos puede dar una visión de una idea, pero la palabra es la que la define. La palabra es la que nombra. Por eso los poetas decimos que la palabra le da nombre y apellido a las cosas.

“Este hombre y apellido, esta fotografía, esta larga sombra sobre las veredas del suburbio, todo lo que nace en mí, en este cuerpo, o en la apariencia de esta materia viva, temblorosa, dúctil, playa donde el agua dibuja sus ondas a voluntad, hora a hora, ola a ola, modelando su perfil antojadizo, es todo lo que soy. O acaso, como el giro de las gaviotas, como su planeo gozoso, soy una sutil magia, sobre las páginas en blanco de mi país”, retrató alguna vez González, en las páginas de su libro Los humanautas y la tempestad.

En su literatura está lo que él es. “Estoy tranquilo porque no fui uno de esos intelectuales que cruzaban el puente hacia la Capital Federal para asistir a cenáculos privilegiados. No me llamaba la atención. En mi juventud no era de los que iban a hacer facha a la capital. Conservé siempre mi territorio y mantuve un perfil bajo”, sostuvo el escritor, que tampoco se olvida de su labor como periodista.

Es entonces que surgen los gratos recuerdos de su paso por el diario La Ciudad. “Fui secretario de redacción de La Ciudad. Yo estaba casi a punto de jubilarme de mi actividad laboral, (tenía un estudio contable – impositivo con otros dos socios) y un día Roberto Pérsico me llamó, unos meses antes de cambiar el sistema tradicional gráfico de impresión del diario. Lo cierto es que sin hablar de contrato, o de pesos ni de nada, empecé a trabajar allí, aunque ya hacía tiempo que escribía para el diario, porque siempre me ha abierto sus páginas, como a otros tantos escritores o periodistas de Avellaneda”.

Hacia el final de la entrevista, Antonio se permite una reflexión sobre la actualidad: “Avellaneda hoy es distinta. La vida y la sociedad son distintas, no solo nuestra ciudad. Todo ha dado un vuelco tan tremendo, y lo sigue dando, cada vez más rápido, a caballo de la tecnología… A caballo de las nuevas concepciones de la vida, de las ideas, de las cosas, la administración, la política, la sociedad.

Estoy contento por eso, el mundo se transforma y cambia a pesar de nosotros. Por suerte, uno se acostumbró a tener abierta la cabeza. Y está permeable a todas las buenas ideas”.

Y para finalizar, se define con una frase sencilla. “Soy una persona que ha dejado huellas y va a dejar huellas todavía. Chiquitas, como las de una playa que se borran con las olas, pero huellas al fin”.

noticias relacionadas