Acerca del vino

Escribe Luis Alposta.

El Génesis nos dice que Adán y Eva después de “haber comido del árbol de la Ciencia” se dieron cuenta de su desnudez, tuvieron vergüenza y se taparon. Enrique Queirat, que mucho sabía de vinos, fue quien me recordó que la Biblia no habla de manzanas y que, como en esa zona del Medio Oriente donde estaba ubicado el Paraíso no las había, y sí había vides, lo que comieron nuestros primeros padres fueron uvas. Luego, como no tenían ningún trapo a su disposición, se taparon, y no precisamente con hojas de manzano, que hubieran resultado algo chicas por lo menos para Adán, sino con hojas de vid. Esa costumbre se perpetuó, y así fue como las hojas de parra pasaron después a disimular el sexo de las estatuas.

La vid terminó invadiendo toda la cuenca del Mar Mediterraneo. Los faraones bebían vinos de Abaris 3500 años antes de Cristo; los griegos vinos de Samos o de Creta; los romanos vinos de Chianti o del Vesubio. Y ya entre nosotros, los parroquianos de históricos bodegones, el priorato o el viejo vino carlón.

Si bien es cierto que el vino alegra el corazón y que sin vino no hay fiesta, no es menos cierto que vivir hecho una uva no es cosa buena.

Dice un proverbio japonés: “Con la primera copa, el hombre bebe vino; con la segunda el vino bebe vino, y con la tercera, el vino bebe al hombre.”

Coplas de vino (cueca)

Vino que a mi copa vino
de tan hermoso parral,
miralo por el cristal,
mirá cómo me lo empino.

Yo fui como el picaflor
que pica a la flor volando
y hoy soy canario enjaulado
que se la pasa cantando.

Hay locos por el dinero;
hay locos por el poder,
y hay quienes se han vuelto locos
cantándole a una mujer.

¿Cómo es qué nació mi amor?
De un roce, de una mirada,
tal vez nació de un error
o simplemente de nada.

Siempre con mi mala estrella.
Fue mucho lo que sufrí,
y cuanto más lejos de ella
más con ella y más sin mí.

Vino que a mi copa vino
de tan hermoso parral,
miralo por el cristal,
mirá como me lo empino.

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