Acerca de la fiebre
Escribe Luis Alposta
La fiebre, denominada la reina de los síntomas, según antiguos textos médicos védicos surgía del enfado del dios Siva.
En Roma, en los altos del Quirinal había, entre otros, un templo dedicado a la diosa Febris, sin olvidar que Februs, el dios de la purificación, y también de la fiebre, era un dios de origen etrusco que fue identificado posteriormente con Plutón.
Febrero es etimológicamente el mes de la fiebre, viene del latín februarius, de februare (hacer expiaciones), y estas palabras provienen, a su vez, de febris (fiebre) y de fervere (hervir).
Digamos ahora, por asociación con la temperatura corporal en alza y dejando de lado todo tipo de connotaciones sexuales, que calentarse es preocuparse; calentura es enojo, entusiasmo, fervor, y ser un calentón, es engranar uno por cualquier cosa con facilidad y rapidez. Que pasar calor o lorca, o simplemente un verano, es pasar vergüenza por el rubor que ésta provoca en el rostro.
Pero… como solía decir un reo latinista mientras escuchaba el tango Fiebre de Humberto Canaro: – Non calentarum, largo vivirum.
Y así como todo cuadro febril reclama que se sepan sus grados, pasemos ahora al termómetro.
La invención del termómetro clínico a principios del siglo XVII por Sanctorius, profesor de fisiología en la famosa facultad de medicina de Padua, abrió el camino a un estudio y trazado sistemáticos de la fiebre. Ha tenido que pasar más de un siglo antes de que algunos médicos hicieran progresar esa práctica, y tres para que, ya hecho habitual su uso, José Martínez le dedicase un tango en 1917.
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