Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: ‘Respetarán a mi hijo’. Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: «Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia». Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?». Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.

Es el momento de despertarse, de reconocer y dar frutos
La Parábola de los «viñadores homicidas» se dirige al pueblo de Israel y hoy bien podría ser a la Iglesia, donde Dios ha confiado la herencia para que, cada uno que la recibió, tuviera que dar frutos «y frutos en abundancia». Pero resulta que no solo no dio frutos sino que también entorpece, o como decimos comúnmente «no come ni deja comer»: no da frutos y además se usurpa, se apropia, se enseñorea. Pero el Señor manda a los mensajeros, a los servidores, pero en lugar de recibirlos fueron maltratados y algunos hasta muertos. Y cuando envía a Cristo, su Hijo, no lo recibieron.

Eso nos puede pasar a nosotros, como Iglesia. Nos mandó a Cristo -que así está en medio de nosotros- pero ¿qué estamos esperando? Lo principal es que está la gracia de Dios, su Herencia, y también están  los frutos que tenemos que sacar de ella. Porque, de alguna manera, el Reino de Dios se extiende, crece, se desarrolla, se multiplica, se prodiga a través de nuestra presencia, de nuestro trabajo.

Es importante saber que la Historia de Salvación, con esa elección que Dios hizo con nosotros, exige de nuestra parte una fiel respuesta personal, y  a veces no respondemos personalmente. Miramos para otro lado, nos entretenemos en el camino, nos dispersamos. ¡Pero es el momento de despertarse, de reconocer y dar frutos!

Nuestra vida es una vocación, un don y una misión. ¿Qué hicimos con nuestra vida?, ¿qué hicimos de nuestra vida?, ¿qué estamos haciendo con nuestra misión?, ¿cómo nos entregamos y damos a los demás?, ¿cómo estamos sirviendo a los otros? Estas cosas hay que preguntárselas pero también hay que responderlas.

Que demos frutos y frutos en abundancia.