Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’. Y él les responderá: ‘No sé de dónde son ustedes’. Entonces comenzarán a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas’. Pero él les dirá: ‘No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!’. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

Identidad e Identificación
Este Evangelio nos recuerda que Cristo es la puerta. Es la puerta estrecha en cuanto es una puerta definida y todos tendremos que pasar por ella.

Es evidente que no todo el mundo podrá ser cristiano: hay hermanos, pueblos, naciones con otras religiones y que es necesario respetarlas, considerarlas. Hay que saber también que Dios es totalmente universal y Padre de todos.

Entonces, ¿quién se salva? Se salvará aquél que crea que Dios existe y que es remunerador, tomando esto como verdadero criterio. Luego, en lo histórico, cada uno tendrá que ser fiel a la fe que ha recibido según su cultura, según su  familia y según su doctrina. Y nosotros, cristianos, católicos, tenemos que ser fieles a Jesucristo en la Iglesia; pero eso no quita que otros puedan salvarse; se van a salvar ¡por cierto!.

La condición es que crea en Dios, que sea una buena persona, que haga el bien y no el mal.Hay dos palabras con cierta sutileza: tenemos que estar unidos a Él, es decir tenemos que tener IDENTIDAD, de creyentes, de discípulos. Pero también tenemos que estar IDENTIFICADOS.

La identidad es de pertenencia a Él. Y la identificación significa que  nuestra vida es conforme y de acuerdo a una persona creyente, a una persona cristiana, en nuestro caso.

Por eso los discípulos somos enviados pero también tenemos que dar testimonio -con nuestra vida- de lo que creemos, de lo que  rezamos, de lo que profesamos y de lo que vivimos. ¡Esto es muy importante para nosotros!

Hay que pedir al Señor y no creer que porque «salgamos en la foto» ya somos creyentes; no creer que porque estemos siempre «al lado», ya somos creyentes.

Vamos a estar al lado en serio sí no sólo profesamos nuestra fe, sino que si esa fe toca nuestra vida y la impregna coherentemente de fe. Fe y vida. Vida sostenida por la fe. Y la fe tiene que entrar, sazonar y dar sentido a nuestra vida.

Que en este mes  la Virgen María nos ayude a profundizar nuestra fe para vivirla en serio.Que el Señor sea nuestra garantía pero que también sea nuestra decisión. Como decía San Agustín «seguirlo e imitarlo»; no sólo se lo sigue, no sólo se lo imita. Se lo sigue para imitarlo.