Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Lucas 18, 1-8. : “La oración nos hace más buenos”.

Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme’». Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
La oración nos hace más buenos
El texto nos habla de algo muy importante para nuestra vida: la oración. Rezar sin desanimarnos y rezar sin interrupción. A veces pensamos que no sabemos rezar, que hemos olvidado nuestras oraciones comunes y tradicionales (algo que sería muy bueno repasar y aprenderlas de memoria ya que la memoria es un instrumento muy importante para el ser humano; no hay que ignorarla).

Así como es vital tener oxígeno y aire para respirar y seguir viviendo, la oración es ese seguir viviendo para el alma, para nuestra vida, para el trato con todas las personas. La oración consiste en peticionar, pedir, suplicar, también en interceder, agradecer, contemplar. «No te pido nada, sino que te agradezco porque Tú estás y puedo contar contigo».

La oración es el fundamento de saber que el otro, Dios, me escucha. Como una mamá que sabe perfectamente lo que su hijo va a decirle, aunque su hijo todavía no se lo contara, así mismo Dios sabe lo que nos pasa. Todas nuestras fragilidades, debilidades, inseguridades, miedos, temores; Dios lo sabe pero quiere que se lo expresemos. Esto marca la importancia de salir de nosotros, tomando lo nuestro y ofrecérselo confiadamente a Dios.

En el Evangelio, el ejemplo del juez inicuo -que se negó pero que luego atiende a la viuda para «sacársela de encima»- es injusto pero Dios no es injusto, Dios espera que nosotros le pidamos.

Que vuelva la oración a nuestra vida. Que nos demos un poco de tiempo. Que dentro del día agitado que tengamos, tomémonos diez o quince minutos, que seamos capaces de hacer un poco de silencio donde sea -en el colectivo, en casa, caminando, contemplando la naturaleza-, pero que ese tiempo se lo dediquemos al Señor y retomemos así nuestra vida, nuestra actividad y pongámosla en oración. La oración, aunque no lo creamos, nos hace más buenos, nos humaniza y nos expresa como cristianos.

Que el Santo Cura Brochero nos ayude a confiar en Dios y a servir a los demás.

noticias relacionadas