Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio San Lucas 11, 1-13 : «La necesidad de la oración».

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo entonces: Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación». Jesús agregó: «Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle’, y desde adentro él le responde: ‘No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos’. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!».
La necesidad de la oración
La oración es como el oxígeno para nuestra vida, para nuestra alma. La oración es un diálogo y -en primer lugar- es una respuesta y luego una pregunta. La repuesta es porque uno habla ya que sabe que será escuchado; uno pide, suplica, intercede, alaba, adora, uno se abre a Dios porque sabe que está y nos tiene en cuenta. Esa es nuestra primera respuesta: de confianza y de apertura.

En la oración uno se va dando cuenta y luego va como preguntando; qué pedimos, que venga su Reino, que nos dé el pan cotidiano, que perdone nuestros pecados así como también nosotros perdonamos a los demás y que no nos deje caer en la tentación. Pedimos para ser buenos hijos y para tratarnos, entre nosotros, como hermanos.

Siempre la oración es el lugar del encuentro, donde Dios nos transforma y va transformando, incluso, nuestros pensamientos, nuestro corazón, nuestros sentimientos; porque la oración se va convirtiendo en esta realidad: que no se haga mi voluntad sino la tuya.

La voluntad del Padre es lo mejor que nos puede pedir, es lo mejor que nos puede exigir y es lo mejor que nos puede dar. Por eso la oración es transformante y transformadora. El silencio, la escucha, la lectura de la Palabra, la contemplación, son  la fuerza de un cristiano.

Luego, la oración tiene que estar unida a nuestra vida y no debe haber una disociación. Es cierto que somos frágiles, débiles y pecadores y también esa debilidad, esa fragilidad, hay que presentársela a Dios; pero no podemos separar oración y vida, vida y oración.

Finalmente, saber que lo que es imposible para nosotros es posible con la fuerza y la presencia de Dios. Él quiere que lo reconozcamos y que reconozcamos sus derechos; también quiere que le amemos, que pongamos nuestra voluntad, que sepamos que el demonio también lo reconoce pero no ama los derechos de Dios. Por eso es muy importante que amemos los Derechos de Dios y de nuestros hermanos. Que Dios nos bendiga y nos dé el don de la oración.

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