Reflexiones de Monseñor Rubén Frassia

El Obispo de la Diócesis de Avellaneda – Lanús, en sus reflexiones radiales semanales, se refirió al Evangelio según San Juan 6, 51-58: «¡Este es el Pan bajado del Cielo!»

Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.

«¡Este es el Pan bajado del Cielo!»

Ante este texto que meditamos, es importante darnos cuenta que ese alimento sagrado es Cristo mismo. Y ese alimento sagrado es para nosotros. No es simplemente que uno reciba y que permanezca inactivo o en total pasividad. No. Es una interacción: ¡viene Dios, entra en nuestra vida, en nuestro corazón, ilumina nuestra inteligencia y fortalece nuestra voluntad!

La presencia de Dios en nosotros provoca un cambio de actitud, una conversión; es una renovación de esa propia fidelidad de Dios en la alianza que Él tuvo para con su Pueblo. Ya en el éxodo Dios liberó al pueblo de Israel y esa liberación actualiza la esperanza. Cristo instaura una nueva y eterna alianza para tener la vida de Él, comer su Cuerpo y beber su Sangre.

Dice muy bien San Ireneo que «ya al recibir a Cristo nuestros cuerpos no son corruptibles, porque llevan en sí mismos la esperanza de la resurrección eterna; la muerte no es eliminada sino superada: Yo lo resucitaré en el último día»

Por eso es importante tomar conciencia en la Misa, la fe, Cristo y el sacramento. El sacramento es el signo por excelencia que nos da a Cristo. Nosotros, por la fe, no inventamos sino reconocemos que Cristo está presente en la Sagrada Eucaristía. Celebrarla, recibirla o participar de Ella tiene que provocar en nosotros un encuentro, una transformación; estamos juntos con Él y compartimos el Banquete, la Comida Sagrada. Es el encuentro personal con la persona de Cristo; es un encuentro de amistad y entendimiento. Si no reaccionáramos o respondiéramos, sería una actitud o una respuesta  falsa e inauténtica. La fe y la vida. Es esencial el ejercicio completo de la Ley de la Caridad universal para con todos.

Queridos hermanos, «este es el Pan bajado del cielo» ¡si nos diéramos cuenta, nuestra vida sería distinta! Se los deseo y me lo deseo porque, cuando Dios está nadie puede quedar igual.

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