Los amoríos de Ruggierito

Escribe Antonio J. González.

 

Las polleras, en los primeros años del siglo veinte, sacudían las cabezas de los hombres como en las mejores épocas de los famosos amoríos. En esos años el tango rondaba la esquina y echaba raíces en los barrios y el suburbio.  Eran épocas de los piringundines y el submundo del Farol Colorado, el hampa, el juego y las casas prostibularias en la Avellaneda de Barceló. También Carlos Gardel hacía historia y echaba raíces junto a Barceló, Ruggierito y la muchachada de Leales y Pampeanos. En este panorama los líos mujeriegos o los enfrentamientos varoniles por causa de las féminas estaban en la agenda diaria y eran comidillas, violencia y muerte en aquellos años.

 

 

Nadie escapaba al abanico de las polleras de entonces, sin importar su condición, prosapia o historia, sólo hacían pie en las relaciones carnales, los engaños y las pasiones humanas. Los amores que en ese entonces inquietaron al hombre fuerte de Barceló eran varios y cargados de conflictos. “Ruggierito era más Grande que Garesio -dice Miguel Wiñazki en una nota periodística- porque era de Avellaneda y de Barceló y del Riachuelo y del otro lado de la Reina del Plata, del lado negro, del lado macho en serio, así que le mandó sus matones a Garesio y bien clarito con muchos fierros en la mano…”. La mujer de Garesio –era el dueño de El Chantecler- había tenido relaciones con Gardel y Ruggerito salió en defensa del artista preferido de Don Alberto. Pero el propio Ruggiero no era inmune al encanto femenino. “Cuando lo mataron –cuenta Wiñazki-  la Porota, que fue otra sus mujeres, Ana María Gómez, otra puta que amó mucho a Ruggierito, le dijo al comisario Habiague, el que llevó la investigación del asesinato del capo de Avellaneda, le dijo eso, que Juan había sido bueno, pero lo dijo con solemnidad y sin soslayar las diferencias por las que se separaron. “Conservo de Juan los mejores recuerdos de mi vida. Fui su gran amiga. Era todo un hombre. Hace algunos años nos habíamos separado porque no congeniábamos”.

 

“¡Cuántas mujeres lloraron a Ruggierito! ¿Cuántas discretas y en las habitaciones de sus maridos formales, humedecieron sus pañuelitos blancos por ese hombre soñado? ¿Cuántos hombres existen y son apuestos y son capaces de asesinar y de jugarse la vida?  Ruggierito fue un asesino bienhechor” dice el periodista. “Eso creía Rosa, que fue quien más lo lloró porque el cacatúa pasó a ser, con los años y las vueltas de la vida y gracias a Avellaneda, y al Riachuelo y a los Burdeles, y al tango y a Gardel,… y a Barceló, y gracias a todas las putas que lo amaron, que lo amaron más de lo que amaron a sus novios formales y a sus maridos…” “… vos lo sabés bien, Juan de mi vida –gemía Rosa- ninguna, pero ninguna Juan te quiso, como yo te quiero”.

 

“Antes de encontrarse con Elisa –cuenta Pignatelli- pasó por la casa de Ana María Gómez, ¿una amante o una simple amiga? La mujer vivía en una casa de la calle Dorrego 2049, en Crucecita, un barrio de casas bajas. Su auto era manejado por su chofer, José María Caballero, y lo acompañaba su guardaespaldas, Moretti. Nadie tomó en cuenta a los tres ocupantes de un Chevrolet azul, estacionado en la mano contraria. Al rato, Ruggiero fue despedido por la mujer en el umbral”. Y tras cartón, el asesinato de Ruggiero.

 

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