Bendición de la Capilla “Beato Mons. Oscar Romero” en la Isla Maciel

Texto de la homilía de Monseñor Rubén Frassia, Obispo de la Diócesis de Avellaneda.

El pasado sábado 27 de mayo se inauguró la capilla “Beato Oscar Romero” en la Isla Maciel. A continuación el texto de la homilía de Monseñor Rubén Frassia, Obispo de la Diócesis de Avellaneda.

 
Queridos amigos:

Hoy es un día muy especial para este barrio, para la Isla Maciel, para el P. Francisco que trabaja con tanto esfuerzo y para muchos de ustedes que de distintas maneras colaboran, acompañan, trabajan y sirven. Realmente hoy es una fiesta. El motivo que nos reúne es bendecir esta capilla, bajo el patrocinio de un testigo de la fe, que dio la vida por amor a Dios, a la Iglesia y a sus pobres: Monseñor Oscar Romero y ver todo lo que significa el sentido de nuestra fe: que ilumina la Historia de la Salvación y a nosotros como pueblo suyo.

 

 

En la liturgia de hoy, dentro del misterio de la Pascua, vemos que Cristo asciende al cielo y completa así su trayectoria, su presencia, su entrega, su amor, su sacrificio. Cristo, que se encarnó en el seno virginal de María, que nos enseña su doctrina, que es crucificado, que muere en la cruz, que nos perdona a todos por nuestros pecados -todavía en la cruz Cristo dice “Padre perdónalos, no saben lo que hacen”, y no le tuvo miedo a la palabra reconciliación. ¡Cristo perdona!

 

 

Pero el perdón siempre debe hacerse con justicia ¡nunca sin justicia! Una cosa es el perdón desde adentro -que es un don de Dios- y otra cosa es quitar la justicia. Se dice que “una justicia sin misericordia es una crueldad y una misericordia sin justicia es una disolución” ¡son muy importantes estas dos realidades! Pero no hay que tener miedo porque Cristo perdona a todos

 

 

Este Cristo que muere en la cruz y que nos ama entrañablemente en su misterio, asciende al Padre, resucita y al resucitar -es el Señor de la Vida- disolviendo el pecado y quitando el enigma de la muerte, se va al Padre y con el Padre nos va a enviar su Espíritu. Nos convirtió en sus discípulos y el discípulo tiene que repetir lo que hace el maestro. Cristo nos enseña a repetir -balbuceando, con nuestras pobrezas, nuestros límites, nuestras fragilidades- lo que de alguna manera nos fue enseñando. Cristo nos da su Espíritu y nos dice “voy a estar con ustedes siempre”

 

 

Esa historia no es una novela, no es una leyenda, no es un mito; es la realidad que hace real todas las cosas. Por eso el tener fe no es sólo para algunos. Tener fe significa que se comprometa nuestra vida, nuestra existencia, nuestro compromiso y nuestro servicio. Tener fe no es algo secundario o algo que “está demás”, ¡es parte esencial que toca nuestra existencia, compromete nuestro compromiso y da sentido a ese compromiso!

 

 

Nosotros, que veneramos el testimonio de Monseñor Oscar Romero como de tanta gente que ha dado la vida por el Evangelio, por la Iglesia -algunos sin saberlo-, por los pobres y por tantas otras cosas, destacamos una realidad: ¡han seguido a Cristo! Cristo es el referente original que da sentido a nuestra vida y todo lo que podamos ofrecer en cada momento de nuestra historia. Por eso tenemos que tener muy presente a Cristo en nuestra vida.

 

 

Tenemos que estar muy agradecidos por el testimonio de tanta gente buena que dio la vida por nosotros, por los pobres y por el Evangelio. También nosotros tenemos que darla, aprendiendo a vivir en esa escucha atenta y en esa fidelidad de respuesta; como decía Monseñor Angelelli “con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”

 

 

Siempre tenemos que escuchar y recordar que a los pobres no se los puede tratar “en serie”; cada uno es una originalidad propia, cada uno es una persona y un misterio. ¡Qué importante es aprender a amar al pobre, en sus distintas realidades y circunstancias!

 

 

No voy a hacer un “elenco” de distintas pobrezas, pero cada uno tiene que saber que las pobrezas no son sólo las materiales sino que son muchas, también esas, pero hay otras: falta de amor, de reconocimiento, de cuidado, del respeto de la dignidad que el otro tiene y que yo no tengo por qué dársela sino reconocérsela, porque ya la tiene.

 

Es muy importante pedirle al Señor, a través de este ejemplo sublime, superior, de Monseñor Romero -como decía muy bien el Papa Francisco “nadie elige el martirio, te lo da, te lo ofrece y vos fuiste llevándolo y asumiéndolo”- que cada uno de nosotros tiene que ir viviendo testimonialmente en la vida.

 

Si somos honestos, descubriremos que también estamos cargados de egoísmo, de indiferencia, de orgullo, de vanidades y de tantas otras cosas, que debemos ir creciendo, madurando para seguir desarrollándonos, seguir dándonos, seguir amando, protegiendo, cuidando; así como Dios tiene ese amor providencial para nosotros, nosotros tenemos que ser providentes a nuestros hermanos; pero una providencia que no está por encima sino que camina a la par y que trata a los demás como igual. Porque somos iguales podemos ser distintos y podemos ser distintos porque somos iguales. Es importante tener la capacidad de descubrir la originalidad de cada uno de nuestros hermanos; no tratarlos “en copia” y sí relacionarnos en originalidad. Cada uno es un misterio y es inagotable en su misterio.

 

Para seguir creciendo tenemos que tener crítica para criticar la realidad; pero también debemos tener capacidad de autocrítica para no repetir los errores del pasado. Es importante tener capacidad de una cosa y de la otra. Ser críticos de la realidad y tener autocrítica en aquellas cosas que podemos modificar.

 

Queridos hermanos, quiero pedirle hoy a Dios, a través de Jesucristo y de Monseñor Romero, que nos de la capacidad de descubrimiento del Evangelio, de la Iglesia –que no son los hombres, la Iglesia es el misterio de Cristo, habrá hombres hijos de la Iglesia que se pueden equivocar o se equivocan fiero, también quizás nosotros nos podemos equivocar fieramente—pero sí tener amor a la Iglesia, amor a Cristo, amor al Evangelio y amor a los pobres, nuestros hermanos.

 

Que el Beato Monseñor Romero nos entusiasme ¿saben para qué?, para seguir creciendo, para seguir amando y para seguir dando testimonio con la propia vida. Las cosas duelen pero hay que “hacerlas carne”, hay que interiorizarlas, llevarlas al corazón, iluminarlas con la inteligencia y poner toda la vida, la voluntad, para que podamos seguir amando a nuestros hermanos, en especial los más pobres.

 

Que el Beato Monseñor Romero nos ayude a dar testimonio de nuestra vida, con la fe que tenemos que vivir.

Que así sea.-

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